Una moneda para después de la pandemia



1. La crisis y la oportunidad de una nueva moneda

Ante el impacto que está teniendo la pandemia sobre un sistema que ya estaba crujiendo, quizás esta vez se cumpla el viejo adagio que dice que toda crisis es una oportunidad. Aprovecharla o dejarla pasar dependerá de la capacidad de los actores sociales y políticos en la disputa que definirá, más tarde o más temprano, el rumbo de salida.
Los efectos de la pandemia sobre el capitalismo global son evidentes: caída del producto, desocupación, subutilización de la capacidad instalada, caída de la inversión, del ingreso, de la recaudación tributaria, insuficiencia del gasto público para atender las necesidades impostergables de la población. Cuando todos los gobiernos, hasta los más neoliberales de manual, reconocen la necesidad de adoptar medidas keynesianas, puede comprobarse que las políticas fiscales compensatorias tampoco alcanzan.
La percepción generalizada es que esta crisis no podrá superarse recurriendo a las viejas recetas, y eso abre una nueva oportunidad para el debate social y para la aceptación de la necesidad de cambios en las relaciones sociales, incluyendo las que se establecen en la producción, la distribución y el consumo.
Una manera de promover el desarrollo de otro tipo de relaciones es el uso de la hora de trabajo como sustituto del dinero. A continuación, vamos a proponer algunos disparadores para esta discusión, con la intención de que pueda tomar impulso.

2.      Valor y trabajo

La fuente del valor es el trabajo. Esto incluye el trabajo material y el inmaterial, el trabajo directo de las personas que intervienen en la producción y el indirecto de las personas que intervienen en la administración y la logística, el trabajo presente y el de todas las etapas anteriores, que suministraron las ideas, las materias primas, las maquinarias y las instalaciones necesarias. Todo el valor de un bien o servicio puede medirse de acuerdo con la cantidad de horas de trabajo socialmente necesarias para producirlo.
El sistema capitalista otorga al empresario el derecho a apropiarse del bien o servicio final, a venderlo en el mercado para recuperar la inversión, y a obtener una ganancia. En el mercado, esos bienes y servicios se convierten en “mercancías”.
Dada su fuente de valor, el precio de toda mercancía se establece en una cantidad de dinero que debe igualar a la retribución de las horas de trabajo necesarias para su producción.
El “trabajo-mercancía” tiene una particularidad: los bienes y servicios que necesita una persona para poder trabajar durante una jornada (que definen su remuneración) insumen menos de ocho horas.  Quien se apropia del producto se queda también con el valor del trabajo no remunerado.
Una moneda basada en las horas de trabajo apunta a atacar directamente esta cuestión.

3.      Bienes públicos, comunes y privados en el capitalismo

Existen bienes esenciales para la vida que no son mercancías, como el aire, el agua y el ambiente.  Son bienes comunes por estar, en principio, disponibles para todos, aunque el interés privado pugna por apropiarse de ellos. A veces lo logra y los convierte en mercancías, otras veces los contamina o destruye.
Corresponde al estado y a toda la sociedad proteger los bienes comunes y garantizar su uso racional en el presente para que puedan existir en el futuro. Las sumas de dinero que la sociedad aporta y el estado administra para estos fines no provienen del mercado sino de los impuestos y los gastos públicos.
Aparte de los bienes comunes, hay otros bienes y servicios que no pueden producirse de modo eficiente bajo la lógica mercantil. Son los bienes y servicios públicos (salud, educación, justicia, defensa, seguridad, vivienda, transporte, energía). El fin de lucro no garantiza, en esos casos, una producción privada en cantidad y calidad suficiente para satisfacer las necesidades sociales.
Muchos son producidos por el estado, otros por empresas privadas, pero corresponde al estado garantizar el acceso igualitario de toda la población y la provisión en condiciones equitativas. Ya sea porque el estado los produce, los distribuye, o regula su producción y distribución, están total o parcialmente fuera de la lógica del mercado. Los gastos que el estado hace para cumplir los fines sociales que estos bienes satisfacen se financian con la recaudación de impuestos. Ello no impide medir su valor en función de las horas de trabajo, puesto que, al igual que todos los otros bienes, se producen con trabajo directo, indirecto y acumulado.
Numerosos autores de diferentes escuelas de pensamiento han reconocido la existencia de bienes comunes y de bienes públicos, y hay consenso en aceptar que la asignación de recursos sociales a su producción y distribución se rige por procedimientos políticos y no de mercado.
Recientemente se introdujo en este debate otro concepto: la esfera de producción comunitaria. Se ocupa de la producción de bienes y servicios típicamente privados (alimentos, pequeñas obras de construcción y refacción de viviendas) o típicamente públicos (reciclado de residuos sólidos urbanos, mantenimiento y limpieza de calles y parques, etc.) a cargo de organizaciones comunitarias: mutuales, cooperativas y entidades sociales sin fines de lucro de todo tipo.
Disponen de medios de producción, a veces proporcionados por el estado, a veces por haber recuperado empresas cerradas, quebradas o vaciadas por sus dueños, a veces por aportes de los mismos trabajadores.
Intercambian su producción por dinero en los mercados, compitiendo en condiciones de desigualdad con pequeñas o grandes empresas privadas, o proveen al estado, sobre todo municipal, a precios regulados, ubicándose en un punto intermedio entre la producción mercantil (por acudir al mercado) y la pública (por no tener fin de lucro).

4.      El fracaso del “socialismo real” y la ausencia de un nuevo paradigma

Siempre se sostuvo que el cambio de las relaciones sociales capitalistas sólo puede ser la consecuencia de procesos revolucionarios que suprimen la propiedad privada de los medios de producción. Suponer que el orden puede ser inverso o simultáneo, siempre se consideró una traición o, en el mejor de los casos, una ilusión.
La humanidad ha conocido, desde 1917 en adelante, procesos revolucionarios que expropiaron a los capitalistas, pusieron los medios de producción en manos del estado, instauraron regímenes políticos de partido único y proclamaron el establecimiento de nuevas relaciones de producción. A eso se le llamó “el socialismo real”, que luego de la disolución de la Unión Soviética y la desaparición del “campo socialista”, es una experiencia fracasada.
La crítica marxista al socialismo real señaló sus defectos, pero no propuso un nuevo paradigma. Mantuvo la idea de la revolución triunfante como condición necesaria para la construcción de nuevas relaciones sociales, y atribuyó las causas del derrumbe a las desviaciones de los partidos comunistas y a la burocratización de sus dirigentes.

5.      La hora de trabajo como dinero

Pero… ¿Y si nos atrevemos a pensar en otros caminos?
Una moneda virtual basada en la hora de trabajo podría empezar a usarse para remunerar el trabajo y la producción comunitaria, y si los resultados fueran satisfactorios podría extenderse hacia la esfera privada.
Al igual que ocurre con las redes de trueque, este sistema puede ser acordado entre los mismos actores, pero es técnicamente superior al trueque, por tener un instrumento que es:
·       Homogéneo, porque permite establecer equivalencias entre bienes o servicios que tienen las más variadas unidades de medida o peso, y

·       Objetivo, porque proporciona un sistema de cálculo que no depende de la valoración de los sujetos que intervienen en cada transacción.
En el pasado su implementación tenía grandes dificultades. Hoy es posible gracias a la tecnología de la información: los equipos, sistemas y bases de datos accesibles para la mayor parte de la población permiten identificar, rastrear y registrar en plataformas abiertas e interactivas la totalidad de las horas de trabajo que insume cualquier bien o servicio.
Ésta es una oportunidad desde el punto de vista técnico, pero más lo es desde el punto de vista económico. Por citar sólo dos ejemplos:
·       Ante los problemas generalizados en las cadenas de pagos, en un contexto de caída de la actividad, esta opción permite sustituir el dinero para el pago de determinados gastos.
·       Ante la necesidad de que el estado compense, al menos parcialmente, mediante gastos públicos extraordinarios, el impacto social y económico de la crisis, esta opción permite disminuir la emisión monetaria para financiar determinadas erogaciones y evitar su impacto inflacionario.
Siguiendo las definiciones de los manuales más difundidos en los primeros cursos universitarios de economía[1] o de Wikipedia[2], dinero es todo activo o bien generalmente aceptado como medio de pago por los agentes económicos para sus intercambios y que además cumple las funciones de ser unidad de cuenta y depósito de valor.
La hora de trabajo puede cumplir eficazmente las tres funciones:
·       Como unidad de cuenta porque la tecnología de la información disponible permite expresar en cantidades de horas de trabajo cualquier tipo de bien o servicio.
·       Como medio de pago porque los sujetos de cualquier transacción pueden entregar y recibir el valor pactado sin dar lugar a dudas o interpretaciones.
·       Como depósito de valor porque al ser el trabajo la única fuente de valor también es el mejor instrumento para preservar el ahorro expresado en horas. 
A continuación, nos referiremos a la hora de trabajo como dinero virtual utilizando la expresión H$T.

6.      Algunas condiciones necesarias para el éxito de la moneda

6.1.    Las unidades productivas que usen la H$T para efectuar pagos se obligan a aceptarla para sus cobros.

Esta condición parece obvia pero no lo es si se tiene en cuenta que la crisis puede favorecer tanto el uso como el abuso de cualquier moneda virtual: si una unidad productiva, amparada por la legalidad de la crisis, usa la moneda virtual para pagar, pero no la acepta para cobrar, ahorra moneda de curso legal sin ninguna reciprocidad.
Legalizar y regular el uso de una moneda virtual no supone eliminar la moneda de curso legal.  La regulación no puede fijar la obligación de cobrar en esta moneda a quienes no acepten usarla para pagar. Por ello, quienes la acepten deberán usar de todos modos la moneda de curso legal al menos para una parte de sus transacciones. La moneda virtual permitirá ahorrar moneda de curso legal a quienes la usen, pero una regulación deberá imponerles la obligación de aceptarla. Una norma de este tipo ya regula en nuestro país, por ejemplo, la obligación de los comercios de aceptar las tarjetas de débito que les presenten sus clientes.
El ahorro de la moneda de curso legal (que es el incentivo que tiene la empresa privada para aceptar la moneda virtual) se producirá únicamente cuando la cantidad de H$T cobradas sea menor a la cantidad de H$T pagadas. De ello se desprende que las unidades productoras privadas que acepten este medio de pago lo harán por necesidad, y por la misma necesidad intentarán maximizar los pagos y minimizar los cobros en esta moneda. 
Por eso, no solamente es justo, sino también necesario que no puedan negarse a recibirla, permitiendo que sea la dinámica de cobros y pagos lo que determine los saldos disponibles de cada una de las monedas en uso.
La dinámica de cobros y pagos con cada instrumento dependerá de la respectiva difusión social: cuantos más agentes económicos acepten la moneda virtual, más posibilidades de hacer pagos con ella tendrán todos, y mayor incentivo para su uso tendrán tanto las unidades comunitarias como las empresas privadas.
La H$T no es como cualquier otra moneda virtual. A diferencia de las otras cuasimonedas o monedas virtuales, la disminución del uso de la moneda de curso legal por efecto su utilización no es el efecto más importante. El efecto más importante es que todo bien o servicio intercambiado por H$T pierde su condición de mercancía.
En efecto, cuando un trabajador cobra su sueldo en H$T, tiene la capacidad de adquirir bienes y servicios producidos con la misma cantidad de horas de trabajo que su jornada laboral y, por ende, el valor producido es completamente retribuido al trabajador. Los bienes o servicios producidos en esas condiciones no son mercancías ya que su realización no genera ganancia.
Si extendemos el razonamiento del cobro de sueldos a todo lo demás (teniendo en cuenta que “todo lo demás” también son horas de trabajo), llegaremos fácilmente a la conclusión de que el uso de esta moneda virtual tiende a generar, simultáneamente con las relaciones capitalistas de producción, y hasta en los mismos establecimientos, relaciones no capitalistas. Sólo un capitalismo que padece una crisis tan profunda y generalizada como la vigente puede correr el riesgo de legalizar una práctica como ésta, y ese es otro argumento a favor de la oportunidad.

6.2.    Las unidades productivas deben organizar redes locales, regionales y nacionales de economía no mercantil

Para que el uso de la H$T pueda extenderse socialmente, las unidades productoras que decidan usarla para cobros y pagos deben tener un excedente de bienes y servicios destinado al intercambio. Luego, para conocer lo que ofrecen y demandan, deben vincularse entre sí creando redes locales que luego pueden agruparse en redes regionales, provinciales y nacionales.
El uso de la hora de trabajo como moneda virtual puede darse también en unidades comunitarias productoras de bienes y servicios para autoconsumo, pero en ellas la experiencia se agota en cada ciclo y no sale de la unidad productora y de sus trabajadores/propietarios. En explotaciones agrícolas para autoabastecimiento de comunidades campesinas, o en cooperativas de autoconstrucción de viviendas familiares, por citar ejemplos conocidos de producción no mercantil, la moneda de curso legal podría reemplazarse, no con otra moneda, sino con una buena planificación del trabajo y de la distribución comunitaria. Si bien la H$T se puede usar también en estos casos, no tienen capacidad para proyectar al resto de la sociedad un incentivo para que la experiencia pueda extenderse.
No obstante, la incorporación de unidades productoras para autoconsumo en las redes locales, regionales y nacionales permitirá ampliar el espectro del uso de la moneda virtual, principalmente desde el punto de vista territorial. Pero tiene una ventaja adicional: aunque la producción sea para autoconsumo, los insumos, herramientas y maquinarias se deben adquirir fuera de la unidad, y si se incorporan a las redes podrán usar H$T para sus compras, generando demanda sobre otras unidades.

6.3.    Los sistemas públicos financiero y científico-tecnológico deben dar apoyatura y asesoramiento a las redes de economía no mercantil

Al igual que el comercio electrónico, la economía no mercantil necesita de aplicaciones que faciliten la interacción y el conocimiento de todo lo que está disponible para transacciones con H$T. Al igual que estas aplicaciones utilizan las cuentas bancarias de los compradores y vendedores, las cuentas de H$T deben estar constituidas en entidades bancarias. La captura y el procesamiento de la información sobre las horas de trabajo incorporadas a los bienes y servicios de las más diversas características requiere del concurso de ingenieros, programadores, economistas, expertos en costos, expertos en bases de datos, y un largo etcétera.
Toda esa apoyatura técnica, financiera y legal sólo puede provenir del sistema financiero público, particularmente del Banco de la Nación Argentina, de las Universidades Nacionales, del CONICET, y de todos los servicios de apoyo a la pequeña y mediana empresa y a la economía social y familiar que ya existen en la Administración Pública.

Esta apoyatura adquiere, en las actuales circunstancias, un carácter estratégico: de ella depende que los intentos fructifiquen o que, de locontrario, se circunscriban a un grupo de personas románticas, con buenas intenciones, y con la posibilidad de perder el poco dinero que les queda.  

7.      A modo de conclusión

Ante una crisis global que se profundiza por efecto de la pandemia, con la evidencia de que las recetas keynesianas no alcanzan, y sin procesos revolucionarios en el horizonte visible, siempre nos queda la posibilidad de encarar un debate político, sociológico y económico sobre un futuro posible.
Se trata de poner en discusión la viabilidad de construir, desde la base de la sociedad, con asistencia del estado, y en disputa con el capitalismo, relaciones de producción no mercantiles para salir de la crisis con otro tipo de vida más plena y justa.
Como alguna vez dijo Simón Rodríguez, “¿dónde iremos a buscar modelos? (…) o inventamos o erramos”.







[1] Richard Lipsey: “Introducción a la Economía Positiva”, Ediciones Vicens Vives, Barcelona, 1980, página 655)

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