Una moneda para después de la pandemia
Artículo publicado en http://rededitorial.com.ar/revistaignorantes/una-moneda-para-despues-de-la-pandemia/
1. La crisis y la oportunidad
de una nueva moneda
Ante el impacto que está
teniendo la pandemia sobre un sistema que ya estaba crujiendo, quizás esta vez
se cumpla el viejo adagio que dice que toda crisis es una oportunidad.
Aprovecharla o dejarla pasar dependerá de la capacidad de los actores sociales
y políticos en la disputa que definirá, más tarde o más temprano, el rumbo de
salida.
Los efectos de la pandemia
sobre el capitalismo global son evidentes: caída del producto, desocupación,
subutilización de la capacidad instalada, caída de la inversión, del ingreso,
de la recaudación tributaria, insuficiencia del gasto público para atender las
necesidades impostergables de la población. Cuando todos los gobiernos, hasta
los más neoliberales de manual, reconocen la necesidad de adoptar medidas
keynesianas, puede comprobarse que las políticas fiscales compensatorias tampoco
alcanzan.
La percepción generalizada es
que esta crisis no podrá superarse recurriendo a las viejas recetas, y eso abre
una nueva oportunidad para el debate social y para la aceptación de la
necesidad de cambios en las relaciones sociales, incluyendo las que se
establecen en la producción, la distribución y el consumo.
Una manera de promover el
desarrollo de otro tipo de relaciones es el uso de la hora de trabajo como sustituto
del dinero. A continuación, vamos a proponer algunos disparadores para esta
discusión, con la intención de que pueda tomar impulso.
2.
Valor y trabajo
La fuente del valor es el
trabajo. Esto incluye el trabajo material y el inmaterial, el trabajo directo
de las personas que intervienen en la producción y el indirecto de las personas
que intervienen en la administración y la logística, el trabajo presente y el de
todas las etapas anteriores, que suministraron las ideas, las materias primas, las
maquinarias y las instalaciones necesarias. Todo el valor de un bien o servicio
puede medirse de acuerdo con la cantidad de horas de trabajo socialmente necesarias
para producirlo.
El sistema capitalista otorga
al empresario el derecho a apropiarse del bien o servicio final, a venderlo en
el mercado para recuperar la inversión, y a obtener una ganancia. En el mercado,
esos bienes y servicios se convierten en “mercancías”.
Dada su fuente de valor, el precio
de toda mercancía se establece en una cantidad de dinero que debe igualar a la retribución
de las horas de trabajo necesarias para su producción.
El “trabajo-mercancía” tiene una
particularidad: los bienes y servicios que necesita una persona para poder trabajar
durante una jornada (que definen su remuneración) insumen menos de ocho horas. Quien se apropia del producto se queda también
con el valor del trabajo no remunerado.
Una moneda basada en las
horas de trabajo apunta a atacar directamente esta cuestión.
3.
Bienes públicos,
comunes y privados en el capitalismo
Existen bienes esenciales
para la vida que no son mercancías, como el aire, el agua y el ambiente. Son bienes comunes por estar, en principio,
disponibles para todos, aunque el interés privado pugna por apropiarse de ellos.
A veces lo logra y los convierte en mercancías, otras veces los contamina o
destruye.
Corresponde al estado y a
toda la sociedad proteger los bienes comunes y garantizar su uso racional en el
presente para que puedan existir en el futuro. Las sumas de dinero que la
sociedad aporta y el estado administra para estos fines no provienen del
mercado sino de los impuestos y los gastos públicos.
Aparte de los bienes comunes,
hay otros bienes y servicios que no pueden producirse de modo eficiente bajo la
lógica mercantil. Son los bienes y servicios públicos (salud, educación, justicia,
defensa, seguridad, vivienda, transporte, energía). El fin de lucro no
garantiza, en esos casos, una producción privada en cantidad y calidad
suficiente para satisfacer las necesidades sociales.
Muchos son producidos por el
estado, otros por empresas privadas, pero corresponde al estado garantizar el
acceso igualitario de toda la población y la provisión en condiciones
equitativas. Ya sea porque el estado los produce, los distribuye, o regula su
producción y distribución, están total o parcialmente fuera de la lógica del
mercado. Los gastos que el estado hace para cumplir los fines sociales que
estos bienes satisfacen se financian con la recaudación de impuestos. Ello no impide
medir su valor en función de las horas de trabajo, puesto que, al igual que
todos los otros bienes, se producen con trabajo directo, indirecto y acumulado.
Numerosos autores de
diferentes escuelas de pensamiento han reconocido la existencia de bienes comunes
y de bienes públicos, y hay consenso en aceptar que la asignación de recursos
sociales a su producción y distribución se rige por procedimientos políticos y
no de mercado.
Recientemente se introdujo en
este debate otro concepto: la esfera de producción comunitaria. Se ocupa de la
producción de bienes y servicios típicamente privados (alimentos, pequeñas
obras de construcción y refacción de viviendas) o típicamente públicos (reciclado
de residuos sólidos urbanos, mantenimiento y limpieza de calles y parques, etc.)
a cargo de organizaciones comunitarias: mutuales, cooperativas y entidades
sociales sin fines de lucro de todo tipo.
Disponen de medios de
producción, a veces proporcionados por el estado, a veces por haber recuperado
empresas cerradas, quebradas o vaciadas por sus dueños, a veces por aportes de
los mismos trabajadores.
Intercambian su producción por
dinero en los mercados, compitiendo en condiciones de desigualdad con pequeñas
o grandes empresas privadas, o proveen al estado, sobre todo municipal, a
precios regulados, ubicándose en un punto intermedio entre la producción
mercantil (por acudir al mercado) y la pública (por no tener fin de lucro).
4.
El fracaso del
“socialismo real” y la ausencia de un nuevo paradigma
Siempre se sostuvo que el
cambio de las relaciones sociales capitalistas sólo puede ser la consecuencia de
procesos revolucionarios que suprimen la propiedad privada de los medios de
producción. Suponer que el orden puede ser inverso o simultáneo, siempre se
consideró una traición o, en el mejor de los casos, una ilusión.
La humanidad ha conocido,
desde 1917 en adelante, procesos revolucionarios que expropiaron a los
capitalistas, pusieron los medios de producción en manos del estado, instauraron
regímenes políticos de partido único y proclamaron el establecimiento de nuevas
relaciones de producción. A eso se le llamó “el socialismo real”, que luego de
la disolución de la Unión Soviética y la desaparición del “campo socialista”, es
una experiencia fracasada.
La crítica marxista al
socialismo real señaló sus defectos, pero no propuso un nuevo paradigma. Mantuvo
la idea de la revolución triunfante como condición necesaria para la
construcción de nuevas relaciones sociales, y atribuyó las causas del derrumbe
a las desviaciones de los partidos comunistas y a la burocratización de sus
dirigentes.
5.
La hora de
trabajo como dinero
Pero… ¿Y si nos atrevemos a
pensar en otros caminos?
Una moneda virtual basada en
la hora de trabajo podría empezar a usarse para remunerar el trabajo y la
producción comunitaria, y si los resultados fueran satisfactorios podría extenderse
hacia la esfera privada.
Al igual que ocurre con las
redes de trueque, este sistema puede ser acordado entre los mismos actores,
pero es técnicamente superior al trueque, por tener un instrumento que es:
· Homogéneo, porque permite establecer equivalencias
entre bienes o servicios que tienen las más variadas unidades de medida o peso,
y
· Objetivo, porque proporciona un sistema de cálculo que
no depende de la valoración de los sujetos que intervienen en cada transacción.
En el pasado su
implementación tenía grandes dificultades. Hoy es posible gracias a la
tecnología de la información: los equipos, sistemas y bases de datos accesibles
para la mayor parte de la población permiten identificar, rastrear y registrar
en plataformas abiertas e interactivas la totalidad de las horas de trabajo que
insume cualquier bien o servicio.
Ésta es una oportunidad desde
el punto de vista técnico, pero más lo es desde el punto de vista económico.
Por citar sólo dos ejemplos:
· Ante los problemas generalizados en las cadenas de pagos,
en un contexto de caída de la actividad, esta opción permite sustituir el
dinero para el pago de determinados gastos.
· Ante la necesidad de que el estado compense, al menos
parcialmente, mediante gastos públicos extraordinarios, el impacto social y
económico de la crisis, esta opción permite disminuir la emisión monetaria para
financiar determinadas erogaciones y evitar su impacto inflacionario.
Siguiendo las definiciones de
los manuales más difundidos en los primeros cursos universitarios de economía[1]
o de Wikipedia[2], dinero
es todo activo o bien generalmente aceptado como medio
de pago por los agentes económicos para sus intercambios y que
además cumple las funciones de ser unidad de cuenta y depósito
de valor.
La hora de trabajo puede
cumplir eficazmente las tres funciones:
· Como unidad de cuenta porque la tecnología de la
información disponible permite expresar en cantidades de horas de trabajo cualquier
tipo de bien o servicio.
· Como medio de pago porque los sujetos de cualquier
transacción pueden entregar y recibir el valor pactado sin dar lugar a dudas o
interpretaciones.
· Como depósito de valor porque al ser el trabajo la
única fuente de valor también es el mejor instrumento para preservar el ahorro
expresado en horas.
A continuación, nos
referiremos a la hora de trabajo como dinero virtual utilizando la expresión H$T.
6.
Algunas condiciones
necesarias para el éxito de la moneda
6.1.
Las unidades
productivas que usen la H$T para efectuar pagos se obligan a aceptarla para sus
cobros.
Esta condición parece obvia pero
no lo es si se tiene en cuenta que la crisis puede favorecer tanto el uso como
el abuso de cualquier moneda virtual: si una unidad productiva, amparada por la
legalidad de la crisis, usa la moneda virtual para pagar, pero no la acepta
para cobrar, ahorra moneda de curso legal sin ninguna reciprocidad.
Legalizar y regular el uso de
una moneda virtual no supone eliminar la moneda de curso legal. La regulación no puede fijar la obligación de
cobrar en esta moneda a quienes no acepten usarla para pagar. Por ello, quienes
la acepten deberán usar de todos modos la moneda de curso legal al menos para una
parte de sus transacciones. La moneda virtual permitirá ahorrar moneda de curso
legal a quienes la usen, pero una regulación deberá imponerles la obligación de
aceptarla. Una norma de este tipo ya regula en nuestro país, por ejemplo, la
obligación de los comercios de aceptar las tarjetas de débito que les presenten
sus clientes.
El ahorro de la moneda de
curso legal (que es el incentivo que tiene la empresa privada para aceptar la
moneda virtual) se producirá únicamente cuando la cantidad de H$T cobradas sea menor
a la cantidad de H$T pagadas. De ello se desprende que las unidades productoras
privadas que acepten este medio de pago lo harán por necesidad, y por la misma
necesidad intentarán maximizar los pagos y minimizar los cobros en esta moneda.
Por eso, no solamente es
justo, sino también necesario que no puedan negarse a recibirla, permitiendo que
sea la dinámica de cobros y pagos lo que determine los saldos disponibles de
cada una de las monedas en uso.
La dinámica de cobros y pagos
con cada instrumento dependerá de la respectiva difusión social: cuantos más
agentes económicos acepten la moneda virtual, más posibilidades de hacer pagos
con ella tendrán todos, y mayor incentivo para su uso tendrán tanto las
unidades comunitarias como las empresas privadas.
La H$T no es como cualquier
otra moneda virtual. A diferencia de las otras cuasimonedas o monedas
virtuales, la disminución del uso de la moneda de curso legal por efecto su
utilización no es el efecto más importante. El efecto más importante es que
todo bien o servicio intercambiado por H$T pierde su condición de mercancía.
En efecto, cuando un
trabajador cobra su sueldo en H$T, tiene la capacidad de adquirir bienes y
servicios producidos con la misma cantidad de horas de trabajo que su jornada
laboral y, por ende, el valor producido es completamente retribuido al
trabajador. Los bienes o servicios producidos en esas condiciones no son
mercancías ya que su realización no genera ganancia.
Si extendemos el razonamiento
del cobro de sueldos a todo lo demás (teniendo en cuenta que “todo lo demás”
también son horas de trabajo), llegaremos fácilmente a la conclusión de que el
uso de esta moneda virtual tiende a generar, simultáneamente con las relaciones
capitalistas de producción, y hasta en los mismos establecimientos, relaciones
no capitalistas. Sólo un capitalismo que padece una crisis tan profunda y
generalizada como la vigente puede correr el riesgo de legalizar una práctica
como ésta, y ese es otro argumento a favor de la oportunidad.
6.2.
Las unidades
productivas deben organizar redes locales, regionales y nacionales de economía
no mercantil
Para que el uso de la H$T
pueda extenderse socialmente, las unidades productoras que decidan usarla para
cobros y pagos deben tener un excedente de bienes y servicios destinado al
intercambio. Luego, para conocer lo que ofrecen y demandan, deben vincularse
entre sí creando redes locales que luego pueden agruparse en redes regionales,
provinciales y nacionales.
El uso de la hora de trabajo
como moneda virtual puede darse también en unidades comunitarias productoras de
bienes y servicios para autoconsumo, pero en ellas la experiencia se agota en
cada ciclo y no sale de la unidad productora y de sus trabajadores/propietarios.
En explotaciones agrícolas para autoabastecimiento de comunidades campesinas, o
en cooperativas de autoconstrucción de viviendas familiares, por citar ejemplos
conocidos de producción no mercantil, la moneda de curso legal podría reemplazarse,
no con otra moneda, sino con una buena planificación del trabajo y de la
distribución comunitaria. Si bien la H$T se puede usar también en estos casos, no
tienen capacidad para proyectar al resto de la sociedad un incentivo para que
la experiencia pueda extenderse.
No obstante, la incorporación
de unidades productoras para autoconsumo en las redes locales, regionales y
nacionales permitirá ampliar el espectro del uso de la moneda virtual,
principalmente desde el punto de vista territorial. Pero tiene una ventaja
adicional: aunque la producción sea para autoconsumo, los insumos, herramientas
y maquinarias se deben adquirir fuera de la unidad, y si se incorporan a las
redes podrán usar H$T para sus compras, generando demanda sobre otras unidades.
6.3.
Los sistemas
públicos financiero y científico-tecnológico deben dar apoyatura y
asesoramiento a las redes de economía no mercantil
Al igual que el comercio
electrónico, la economía no mercantil necesita de aplicaciones que faciliten la
interacción y el conocimiento de todo lo que está disponible para transacciones
con H$T. Al igual que estas aplicaciones utilizan las cuentas bancarias de los compradores
y vendedores, las cuentas de H$T deben estar constituidas en entidades
bancarias. La captura y el procesamiento de la información sobre las horas de
trabajo incorporadas a los bienes y servicios de las más diversas características
requiere del concurso de ingenieros, programadores, economistas, expertos en
costos, expertos en bases de datos, y un largo etcétera.
Toda esa apoyatura técnica,
financiera y legal sólo puede provenir del sistema financiero público,
particularmente del Banco de la Nación Argentina, de las Universidades
Nacionales, del CONICET, y de todos los servicios de apoyo a la pequeña y
mediana empresa y a la economía social y familiar que ya existen en la
Administración Pública.
Esta apoyatura adquiere, en
las actuales circunstancias, un carácter estratégico: de ella depende que los
intentos fructifiquen o que, de locontrario, se circunscriban a un grupo de
personas románticas, con buenas intenciones, y con la posibilidad de perder el
poco dinero que les queda.
7.
A modo de
conclusión
Ante una crisis global que se
profundiza por efecto de la pandemia, con la evidencia de que las recetas
keynesianas no alcanzan, y sin procesos revolucionarios en el horizonte visible,
siempre nos queda la posibilidad de encarar un debate político, sociológico y
económico sobre un futuro posible.
Se trata de poner en
discusión la viabilidad de construir, desde la base de la sociedad, con
asistencia del estado, y en disputa con el capitalismo, relaciones de
producción no mercantiles para salir de la crisis con otro tipo de vida más
plena y justa.
Como alguna vez dijo Simón
Rodríguez, “¿dónde iremos a buscar modelos? (…) o inventamos o erramos”.
[1]
Richard Lipsey: “Introducción a la Economía Positiva”, Ediciones Vicens Vives,
Barcelona, 1980, página 655)
Comentarios