¿Corrupción o Dependencia?
1. Indignación, naturalización, negación, fascinación
Una vez
más, la sociedad argentina se muestra sorprendida e indignada al “enterarse”,
por los medios de difusión, de algo que ya sabía: que hubo sobornos ligados a
la obra pública durante los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández.
Esta falsa
indignación revela la hipocresía de una parte de la sociedad, pero otra parte
se niega a “naturalizar” la cuestión.
El caso de
los cuadernos no es “un caso más”.
Afecta a personajes que ocuparon las más altas jerarquías de la
Administración Pública, pero la novedad es que los empresarios del club de la
obra pública de todos los gobiernos, incluido el actual, fueron alcanzados.
Una
“mayoría silenciosa” cree que esto fue, es y será así. No es insensible al
tema, pero no espera que esto cambie. Por otro lado, las “minorías sensibilizadas
por la cosa pública” denuncian, desde el rincón “negador”, que los cuadernos
son un montaje de los servicios, de los medios hegemónicos y del gobierno para
desviar la atención del pueblo respecto de problemas más importantes. A la
inversa, desde el rincón “fascinado”, señalan que los cuadernos muestran el
grado superlativo de la destrucción de las finanzas públicas heredada por el
actual gobierno.
2. El recurso del método
¿Es posible
salir del microclima y abordar este tema con herramientas aceptables para más
de una mirada?
El discurso
maniqueo (de cualquier orientación) se apoya en datos o hechos ciertos, y omite
todo lo que sea inconveniente. Construye una interpretación de la realidad
acorde con un objetivo predeterminado. En el plano de la lucha política eso no
es criticable mientras no se traspase el límite de la honestidad intelectual.
Sin
pretensiones de “neutralidad”, estas líneas invitan a poner en juego las
herramientas de análisis disponibles, y asumir las conclusiones sean cuales
fueren.
Se propone
separar los hechos de las personas, lo que no significa ignorar sus intereses.
Si las decisiones y actos de los sujetos provocan perjuicios o beneficios
sociales, su valoración no depende de quién los produce. Un mismo sujeto puede provocar beneficios
sociales en ciertas ocasiones, y perjuicios sociales en otras. Sostenemos que unos
y otros deben juzgarse con los mismos criterios. También se propone separar (no
ignorar), el momento en que un suceso se instala en el debate público, de sus
causas y consecuencias.
Si somos
capaces de pensar un hecho y de analizarlo con rigor, todos los elementos del
contexto deben ser incorporados al debate, en lugar de ser excusas para
evadirlo.
¿Hubo
corrupción en los gobiernos de Néstor y de Cristina? ¿Y en el gobierno de
Macri? ¿Se beneficiaron los sectores populares en los gobiernos de Néstor y de
Cristina? ¿Lleva adelante el gobierno de Macri una política de ajuste, con
destrucción de puestos de trabajo, endeudamiento público e inflación
descontrolada? ¿Está el gobierno
interesado en desviar la atención de esos problemas?
Muchas de
estas cuestiones, o todas ellas, pueden ser ciertas. Si lo fueran, tal vez sean causas y
consecuencias unas de otras, o tal vez no. Todas merecen ser analizadas con
seriedad.
3. Proyectos políticos y esquemas de negocios
Con
relación a “los cuadernos de las coimas”, puede afirmarse que no es creíble que
un periodista haya recibido los cuadernos por iniciativa de una esposa
despechada o de un amigo preocupado. Parece más lógico suponer que algún
“servicio”, o “ex servicio”, los haya hecho llegar con alguna intención de daño. Si así fuera, eso no indicaría que los
cuadernos nunca existieron ni que lo que ha trascendido sea falso. Eso tampoco
depende de si la letra o el vocabulario utilizado no parecen ser los de un
chofer, argumento por demás despectivo y clasista.
El tema de
fondo es la relación entre los funcionarios públicos que administran las
contrataciones y las empresas privadas que las ejecutan.
Aprovechar
el manejo de las contrataciones públicas para elevar artificialmente sus
precios, otorgar los negocios a un grupo reducido de empresas y obtener a
cambio un “retorno” financiero, sólo puede explicarse por el enriquecimiento
personal o por el financiamiento espurio de un proyecto político. Las dos cosas
son ilegales.
El enriquecimiento
personal no se puede abordar desde un enfoque político. El financiamiento
espurio de un proyecto de poder sí.
Una mirada
simplista coloca el fenómeno como una tendencia motivada por el encarecimiento
de las campañas electorales, crecientemente dependientes del acceso a los
costosos medios de comunicación. Las modalidades legales de financiamiento de
la actividad y de las campañas políticas no aportan los recursos suficientes, y
el entramado de los intereses políticos y económicos hace el resto.
Esa visión
explica sólo una parte del problema. Si
así fuera, bastaría con mejorar las legislaciones sobre financiamiento de la política
y la gestión empresarial, y aumentaría la transparencia, la competitividad y la
legalidad, tanto de las campañas políticas como de las contrataciones públicas. En ese mundo irreal, la “naturaleza humana”
es el origen de la corrupción, en lugar de la política y los negocios.
4. ¿Capitalismo autónomo con inclusión social?
Durante las
presidencias de Néstor y Cristina florecieron empresas ligadas a contratos con
el estado y medios de comunicación ligados a la pauta publicitaria oficial. A
eso se le llamó “capitalismo de amigos”.
Los grupos
empresarios nacionales preexistentes, entre ellos el grupo Macri, crecieron y
se desarrollaron al amparo de contrataciones públicas bajo gobiernos
anteriores. Recibieron el mote de
“patria contratista”. Los medios de
comunicación hegemónicos tuvieron privilegios en todas las dictaduras y en
todos los gobiernos civiles anteriores a 2003.
La principal
característica de los grandes capitalistas nacionales es su escasa tendencia a
la inversión de riesgo, su mentalidad rentística, su preferencia por negocios
de corto plazo, alta rentabilidad y facilidad para fugar los beneficios al
exterior, su aprovechamiento de mercados segmentados, monopólicos u
oligopólicos, la explotación de sus proveedores si son empresas de menor
dimensión, y de los consumidores o usuarios cautivos.
Los
capitalistas extranjeros con intereses en nuestro país sólo invierten en
negocios de rentas extraordinarias, como la explotación de los recursos
naturales, en industrias con mercados protegidos y dependencia tecnológica como
la automotriz, y en grandes cadenas concentradoras del comercio minorista de
bienes y servicios.
Con ese
panorama era difícil impulsar un proyecto capitalista autónomo con inclusión
social, a la salida de una de las crisis más profundas que se recuerde.
Conociendo las limitaciones del momento y lugar en que les tocó gobernar,
Néstor y Cristina Kirchner no prometieron el pleno empleo ni la justicia
social, ni hablaron de “socialismo del siglo xxi”. Sin referencias discursivas
a John W. Cooke, ni a la “Patria Socialista” de la JP de los años 70, para ellos
el peronismo nunca propuso un sistema socioeconómico alternativo. En política
exterior se enfrentaron a los Estados Unidos y se alinearon con la Venezuela de
Chávez y la Bolivia de Evo Morales. Esos
líderes hablaron, cada uno en sus términos, de otro paradigma. Los nuestros no.
Mucho antes
de imaginar que conducirían los destinos del país, se fueron al sur a “hacer
plata”, según sus propias palabras, y se preservaron hasta que terminó la
dictadura. En democracia, su trayectoria se construyó con inteligencia para
acceder a los distintos niveles del aparato estatal (Río Gallegos, Santa Cruz,
y finalmente la Nación), con decisión para “hacer caja” y con habilidad para
gobernar en base a ésta, concentrando mucho poder y dinero, y repartiendo muy
poco de las dos cosas. Los argentinos, en su gran mayoría, no lo objetaron.
Pero un
país capitalista necesita capitalistas, y un modelo de crecimiento, inclusión
social y autonomía requiere de un tipo de capitalistas que Argentina no tiene.
No se sabe si los Kirchner pensaron en un “capitalismo de estado” cuyo sujeto
inversor fueran las empresas públicas (en la producción de bienes y prestación
de servicios) o la propia administración (en las obras). Si lo hicieron, lo descartaron.
Sólo les
quedaba una opción: crear una clase capitalista que sostuviera el proyecto y lo
llevara adelante. Los Kirchner no solo quisieron hacerlo, sino que quisieron
ser el eje de esa clase y conducirla, para lo cual debían hacer su propia “acumulación
primitiva”.
La única
fuente posible eran los negocios con el estado: regalías petroleras de Santa
Cruz, obras y servicios públicos con retornos, desendeudamiento y fomento del consumo
popular financiado con retenciones sobre el modelo agroexportador, uso y abuso
de los fondos previamente capturados por las AFJP que se estatizaron, pauta
publicitaria para los medios de comunicación afines, retenciones de impuestos
cobradas a los contribuyentes por los capitalistas amigos que no ingresaban en
las arcas públicas, sociedades entre testaferros del poder y capitalistas para
manejar sus empresas. Todo al servicio
de la acumulación primitiva del capitalismo “nacional y popular”.
Así, los
sobrevivientes más ambiciosos de la “juventud maravillosa” de los años 70,
cambiaron la consigna “Liberación o Dependencia” por “Corrupción o
Dependencia”, y no lo hicieron por maldad ni por codicia, sino por la
naturaleza de su proyecto. La mayor parte de esa generación de militantes e
intelectuales, que no estaban en el poder ni fue cómplice de esos métodos, lo aceptó. Quienes no lo hicimos, tampoco encontramos la
forma de dar el debate.
Doce años
es mucho tiempo para una gestión de un mismo signo político en el gobierno
nacional, pero es muy poco para crear una clase empresarial y sostener un
modelo capitalista autónomo con crecimiento e inclusión social. Si los beneficios sociales hubieran sido
duraderos, tal vez la sociedad le hubiera dado el tiempo suficiente para
madurar. Esto es independiente del
juicio moral que se haga. La sociedad
argentina se acuerda de la moral sólo cuando deja de gozar de los beneficios de
la inmoralidad.
La mal
llamada “corrupción K” no se puede entender al margen de las necesidades de su
proyecto político, y de su estilo de construcción.
5. El rol del pensamiento crítico
Luego de 12
años de gobierno, los resultados no mostraron transformaciones estructurales
relevantes con respecto a otras épocas menos “épicas”, y el agotamiento de la
experiencia abrió el espacio para un gobierno de centro derecha.
Quienes
sostuvieron discursivamente el “relato” del “modelo” deberían hacer un esfuerzo
de pensamiento crítico y autocrítico, escuchar otras opiniones y tratar de
encontrar las razones internas del agotamiento de la experiencia. Solo así podrán darle un sentido a esta nueva
etapa, que tenga más contenido que el “volveremos” a lo que ya se hizo (pero en
mejores condiciones que las actuales).
Deberíamos
tratar, conjuntamente, de responder a la
pregunta de si un modelo como el ensayado es viable en este rincón del planeta
y en este tiempo, o si estaba condenado desde el comienzo.
Deberíamos
tener la posibilidad de debatir sobre la influencia que un modelo económico
concentrado en manos de unos pocos capitalistas “nacionales y populares”, tiene
sobre la relación del gobierno con los sectores y organizaciones
populares. Tal vez ahí encontremos algunas
de las razones de la incapacidad para admitir mínimas disidencias con las
políticas públicas durante 12 años.
Preguntarnos
si somos capaces de imaginar una acumulación no capitalista, una organización
de los sectores populares no solamente como manifestantes, receptores de
subsidios y consumidores, sino como productores de bienes y servicios públicos,
como productores de bienes y servicios privados por fuera de las relaciones
mercantiles, construyendo las bases materiales para su protagonismo político,
facilitado por el estado, pero no sujeto a las necesidades del gobierno.
El desafío
es abrir las mentes y hacer las preguntas correctas, aunque no nos gusten las
respuestas. Se lo debemos a la sociedad que nos formó, con el esfuerzo de sus
trabajadores.
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