El poder concentrado ya ganó las elecciones presidenciales

Todavía no se conocen las alianzas ni los candidatos a Presidente para las PASO que se van a disputar en agosto, pero el próximo gobierno nacional, con toda seguridad, va a recaer en alguna de las siguientes opciones (el orden en el que aparecen no implica mayor probabilidad):

  • La continuidad de Mauricio Macri al frente de la alianza con la que gobernó en su primer turno.
  • El retorno de Cristina Fernández de Kirchner, encabezando una alianza entre el kirchnerismo "puro", la mayor parte del Partido Justicialista y del sindicalismo tradicional, sectores políticos procedentes de los movimientos sociales y parte de la "centro izquierda".
  • La llegada al gobierno nacional de una "tercera vía", autopresentada como alternativa a los dos polos de "la grieta", con Roberto Lavagna o Sergio Massa como presidenciables, en la que confluirían los sectores políticos y sindicales peronistas que no apoyen a CFK, el socialismo, el GEN, y una parte del radicalismo de modo extraoficial.

Como el proceso previo a las elecciones es muy dinámico, no se pueden descartar otras posibilidades que en este momento se ven como menos probables. Algunos analistas señalan que Sergio Massa puede sumarse a la opción de Cristina Kirchner. Otros, que Cambiemos podría incorporarse a una PASO junto con quienes hoy apoyan a Lavagna en un "gran frente anti K". Por último, que Macri, Cristina, o ambos, pueden declinar sus candidaturas.

Más allá de las especulaciones, las ofertas más probables son las tres descriptas al principio y  capturarían, sumadas, cerca del 90% de los votos. Las reflexiones que siguen se referirán a esas tres posibilidades.

Los poderes económicos influyen en la configuración de las opciones electorales, alentándolas o desalentándolas de múltiples formas. Sin embargo, no se puede afirmar que cada opción electoral responde exclusivamente a un determinado conglomerado de intereses. En ese juego dialéctico, los poderes económicos evalúan sus propios escenarios probables de relación con el futuro gobierno, y definen sus propias estrategias para cada caso.

Deliberadamente nos referimos a "los poderes económicos", y no a "el poder económico", entendiendo que las distintas fracciones del capital tienen diferentes perspectivas de desarrollo según quién sea el ganador, por lo que no todas las fracciones preferirán al mismo gobierno. Todas intentarán orientar y condicionar al ganador en función de sus propios intereses, desde antes que se configuren las ofertas electorales y se conozca el resultado de la elección.  En cierto modo, los poderes económicos votan antes del día de las elecciones.

A riesgo de simplificar en exceso el análisis, puede decirse que:
  • La opción Macri representa la continuidad y profundización del ajuste vigente, mayor sacrificio para los sectores populares, no cambiar el esquema central de su primer gobierno, y el predominio del negocio y la ganancia financiera por sobre la inversión productiva.
  • La opción Cristina representa la concreción de un "nuevo pacto" con el poder económico, que implica compromisos de ambas partes, y una leve modificación del esquema de "capitalismo de amigos" con "derrame social" de sus primeras dos gestiones.
  • La opción Lavagna/Massa representa la búsqueda de un capitalismo no populista pero con una "tregua social" duradera, con protagonismo de los grandes capitales no financieros y de los grandes gremios industriales y de servicios de la CGT.
Dada la orientación del gobierno actual, la eventual reelección de Macri será interpretada, tanto por el gobierno como por los intereses económicos que lo sostienen, como una "oportunidad" para profundizar el rumbo: más shock, menos gradualismo, refinanciación sin reestructuración de la deuda con el FMI, predominio del negocio financiero por sobre la inversión directa, reconstrucción de la ganancia empresaria con fuerte reducción de costos laborales (incluyendo jubilaciones, sistemas de salud, etc.).  Los capitalistas dedicados a la explotación de los recursos naturales, la energía, las finanzas, y en menor medida la obra pública, impondrán sus condiciones al resto de la sociedad.  El límite para este modelo estaría dado por una crisis de deuda o por la conflictividad social.

El retorno de Cristina podría significar una oportunidad, tanto para ella como para algunos sectores del capital concentrado, de demostrarse mutuamente lo que han aprendido durante la etapa de gobierno Macri. Cristina probablemente propondrá una nueva versión del "capitalismo de amigos", abriendo el juego a otros capitales, pero no como un "mal necesario" sino como un elemento esencial de la nueva versión del modelo. A cambio, el gobierno exigirá a los capitalistas un compromiso de "derrame" de una parte de la ganancia para contener el conflicto social en niveles tolerables, consistente con un estado paternalista y bendecido por el Papa argentino. Está por verse si la naturaleza autocrática de la conducción política de Cristina admite compartir decisiones estratégicas, en materia social, con la Iglesia, y en materia económica, con grupos empresarios que no serán exclusivamente los testaferros del gobierno.

Los capitalistas, probablemente prefieran entenderse con un gobierno peronista pragmático antes que con uno neoliberal dogmático. Después de todo, se trata de hacer negocios, no de construir una república. En primer lugar, porque la gestión de Cambiemos no cumplió con las expectativas de beneficios del capital, salvo quizás para los bancos. En segundo lugar, porque el sector del capital que hace negocios con el estado tal vez haya advertido que nunca se pueden controlar todas las palancas, y que la investigación de los hechos de corrupción alcanza a los dos lados del mostrador.  El acuerdo de impunidad entre el capital y Cristina puede ser la base del "nuevo pacto" de gobernabilidad, haciendo que no dependa de quién esté en el gobierno, sino que la impunidad sea una auténtica "política de estado".  Si se agrega una generosa reestructuración de la deuda externa que garantice algunos años de gracia para reactivar el mercado interno (como ya se hizo entre 2005 y 2008), los sectores del capital que ingresen al esquema podrían comprometerse a "derramar" parte de sus ganancias para el consumo de los más necesitados, pero exigirán a cambio el disciplinamiento de las organizaciones populares, materia sobre la cual Cristina es una experta.  El límite de este modelo puede ser el descontrol de las variables macroeconómicas después del período de gracia, como ya ocurrió desde 2008 en adelante, la "insubordinación" de las organizaciones populares, especialmente las de los trabajadores, cuando sus demandas no sean satisfechas, o la constante tensión entre la parte política y la parte empresarial del bloque gobernante.

El advenimiento de un gobierno encabezado por Roberto Lavagna o por Sergio Massa representa el "verdadero" intento de la dirigencia política y del capital concentrado por instaurar en el país, suponiendo que ello fuese posible, un "capitalismo serio", para no "volver al populismo" ante el fracaso de la experiencia macrista. Esta es la razón por la cual es la opción preferida por el "sistema".  Este modelo implica una redefinición de roles entre los "negocios financieros" (que dejarían de ser los más beneficiados) y los "negocios productivos", que adquirirían centralidad con la preeminencia de grupos como Techint, Arcor, las grandes empresas petroleras y extractivas nacionales y extranjeras, etc. En este modelo se reduciría notoriamente la influencia de los "capitalistas advenedizos", los cuales no dejarían de hacer muchos y buenos negocios con el estado, pero los harían sobre la base de la cartelización de la obra pública entre varios proveedores, y no sobre la exclusividad de unos pocos elegidos. Seguramente también (al igual que lo dicho para un hipotético gobierno de Cristina) se negociará una reestructuración de la deuda externa para oxigenar las finanzas públicas  En el plano social, se fortalecerán los grandes gremios industriales, que son la contraparte de los principales empresarios beneficiados, con la intención de contener el conflicto social a partir de la mejora de las condiciones económicas de una suerte de "aristocracia obrera", que a su vez implicaría alcanzar el sueño antiperonista de dividir al movimiento obrero. Es la opción de una "prolongada tregua social", con beneficios para ciertos sectores de clase media y de trabajadores, y compensaciones para el resto de la población.  El límite a este modelo parece ser la oportunidad: tal vez las condiciones locales e internacionales de los años 50 ó 60 del siglo pasado hubieran permitido un experimento político-social de esta naturaleza, pero no parece ser posible hoy.  La ausencia de los resultados esperados podría resquebrajar tanto la alianza política, como la social, e incluso la económica que lo sustenta.  Y siempre está latente la posibilidad de no poder contener el conflicto social, común denominador de las tres posibilidades, ya que todas ellas requieren de un tiempo prolongado de "sacrificios" de los que menos tienen.

Estas breves líneas han pretendido explorar el comportamiento actual de los poderes económicos dominantes en Argentina, con relación a la configuración de las ofertas electorales, y el posicionamiento previsible de las distintas fracciones del capital en los tres escenarios más probables de gobierno nacional a partir de diciembre de 2019.

A modo de conclusión, puede decirse que, para todos los escenarios analizados, el poder económico tiene asegurada la continuidad y el desarrollo de sus intereses, variando según cuál es la fracción más beneficiada, la porción de la ganancia a la que eventualmente podría llegar a renunciar para garantizar la paz social, y la mayor o menor facilidad para articularse con los intereses de la fracción gobernante de la dirigencia política en cada caso.

Una segunda conclusión es que en ninguno de los escenarios analizados está garantizado el éxito del proyecto del gobierno (y de los intereses económicos más comprometidos en su sostenimiento), porque todos esos proyectos están basados en condiciones que difícilmente puedan sostenerse durante mucho tiempo sin obtener resultados palpables y satisfactorios no solamente para los sectores de poder, sino también para los subordinados.

Una tercera conclusión, y tal vez más importante, es que en todos los casos la conflictividad social puede ser un factor determinante en el éxito o fracaso de los respectivos planes, ya que en todos los casos se requiere de la postergación de las demandas sociales hasta la llegada del "derrame".

En otras palabras, el capital ya ganó las elecciones, pero no está claro si va a poder gobernar. 

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