Panorama después de las PASO
El pasado 11 de agosto se
realizaron elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y
Obligatorias (PASO) para las elecciones legislativas que se
realizarán el 27 de octubre, en todo el país. El objeto de estas
reflexiones es presentar los resultados más importantes, para luego
intentar interpretarlos en función de tres cuestiones:
a) Si está cerrado el
proceso iniciado con la crisis de 2001;
b) Si puede hablarse de
un "fin de ciclo" kirchnerista, y
c) Si el electorado ha
"desalojado" del espacio de centro izquierda a la expresión
política de la CTA.
Los
resultados:
El trabajo elaborado por
Claudio Lozano ("Un análisis de las PASO a la luz de los
datos") presenta y comenta los datos, de modo de facilitar su
interpretación.
A riesgo de esquematizar mucho sus aspectos
salientes, aquí se mencionarán sólo algunos de ellos, presentando
muchas semejanzas y algunas diferencias:
El
oficialismo:
a nivel nacional, obtuvo uno de los peores resultados electorales de
su historia, particularmente en comparación con los de 2011. Y
resultan evidentes, por lo imprevistas, sus derrotas en distritos
como La Rioja, Catamarca y San Juan. Sin embargo, cuando se ajustan
adecuadamente los totales sobre los que se obtienen los porcentajes
generales (descontando los votos en blanco), no estuvo por debajo del
resultado obtenido en 2009. Pese a la notable pérdida de votos
respecto de las presidenciales de 2011, ha logrado reafirmar su
posición de primera fuerza política nacional (31% de los votos
afirmativos, considerando el FPV y sus aliados). En cuanto a su
presencia institucional, si se repiten los resultados en octubre, le
alcanzará para mantener el control que ya viene ejerciendo en el
Congreso Nacional, pero no para lograr la reforma constitucional que
habilite una nueva reelección de CFK. Puede inferirse de ello como
altamente probable un escenario caracterizado por dos procesos
simultáneos: las disputas/negociaciones por la sucesión, por un
lado, y los pases de dirigentes y grupos hacia otros espacios, por el
otro. En la Ciudad de Buenos Aires, el kirchnerismo quedó en tercer
lugar después de UNEN y de PRO, pero aún puede disputar el segundo
lugar en octubre, considerando que UNEN difícilmente pueda conservar
todos los votos de las listas internas que fueron derrotadas en las
PASO. Más allá de esa perspectiva, no han surgido en este espacio
en el distrito nuevos dirigentes o corrientes.
El
peronismo no kirchnerista:
ha sido la fuerza que más ha crecido, y se ha ubicado como segunda
fuerza política nacional, con el 25,9% de los votos afirmativos.
Presenta además la irrupción de Sergio Massa como figura en ascenso
y nueva referencia política nacional. Expresa un discurso tan
ambiguo como potente para atraer al electorado que en otras
oportunidades ha acompañado al oficialismo, al peronismo
tradicional, a sectores del establishment económico y a parte del
sindicalismo. En una primera instancia, ha logrado desplazar la
figura de Francisco de Narváez, que había encabezado con éxito en
2009 la disidencia peronista. Este nuevo foco de atracción de
sectores y dirigentes del peronismo amenaza las perspectivas de
Daniel Scioli como alternativa de recambio para 2015, a quien parece
quedarle como único camino el de presentarse como "cambio
dentro de la continuidad" del oficialismo. En la Ciudad de
Buenos Aires se presenta la particularidad que el peronismo local
aparece dividido entre el PRO y el FPV, lo que hasta ahora ha dejado
poco espacio para esta nueva referencia política nacional. Sin
embargo, tanto los desgajamientos que puedan sobrevenir en el
kirchnerismo local, la influencia que eventualmente puedan conservar
figuras como Alberto Fernández, ahora armador político de Massa, o
la posibilidad de extender a la ciudad el acuerdo alcanzado entre
Macri y Massa en provincia, determinarán si en un futuro cercano
este nuevo actor se instala o no en el distrito. Por el momento es
muy difícil hacer proyecciones.
La
"entente" radical-socialista:
luego de una "pausa" en este armado, ocurrida en las
elecciones de 2011, cuando el acuerdo entre Francisco de Narváez y
Ricardo Alfonsín empujó al socialismo a buscar otros aliados, y a
la Coalición Cívica a la soledad, esta alianza política ha vuelto
a su cauce original, pero esta vez fuertemente apoyada por los medios
de comunicación tradicionales y por un sector del establishment
económico. Las principales novedades fueron que se presentó al
electorado como un frente de "centroizquierda", y que sumó,
en la Ciudad de Buenos Aires, a Pino Solanas y al sector de Proyecto
Sur que lo acompaña, provocando la dispersión del resto de las
fuerzas que componían ese espacio, que había quedado segundo en
2009. Otro efecto de este armado fue la desarticulación del Frente
Amplio Progresista en dos de los distritos en los que mejor desempeño
electoral había tenido en 2011: Capital y Provincia de Buenos Aires.
Este "revival" (que permite preguntarse si realmente
alguna vez dejó de existir como proyecto por parte de algunos de los
principales impulsores del FAP) le permitió consagrarse como tercera
fuerza política nacional, con un porcentaje (23% de los votos
afirmativos) ligeramente inferior al obtenido en 2009, pero primera
en distritos tan importantes como Capital (sumando todas sus listas
internas), Santa Fe y Mendoza. Además, presenta el resurgimiento de
figuras políticas como Elisa Carrió y Julio Cobos, y la vigencia de
Hermes Binner, como eventuales integrantes de una futura fórmula
presidencial.
Unidad
Popular: aunque
se haga un encomiable esfuerzo matemático por agregar los resultados
obtenidos por las alianzas distritales en las que participaron los
diferentes instrumentos electorales que conforman UP, debe afirmarse
que esta agregación, desde el punto de vista político, no es
válida. En algunos casos UP participó de la alianza
radical-socialista, en otros del FAP, en otros de acuerdos tan
heterogéneos que, incluso, incluyeron al partido del "Momo"
Venegas, y en otros, de frentes de izquierda. Tal es el caso de la
Provincia de Buenos Aires y de Capital. En Provincia no se superó
el porcentaje mínimo de votos necesarios para pasar al turno de
octubre, con Marta Maffei encabezando la lista. En la Ciudad de
Buenos Aires, Camino Popular, constituida tan solo 60 días antes de
las PASO, con Claudio Lozano e Itai Hagman como cabezas de lista,
logró superar el porcentaje para pasar al próximo turno. Sin
embargo, fue superada por el FIT tanto en senadores (Dellacarbonara)
como en diputados (Altamira). En diputados, además, fue superada
por Autodeterminación y Libertad, encabezada por Luis Zamora, que no
tuvo ni la militancia ni el tratamiento mediático favorable que
mostró el FIT.
El
FIT: encabezado
por el Partido Obrero y sosteniendo una alianza electoral con el PTS
e IS desde hace ya varias contiendas electorales, obtuvo 900.000
votos a nivel nacional, en uno de los mejores desempeños históricos
de este sector político e ideológico. Ha logrado instalar algunos
dirigentes con mejor presencia mediática (Altamira, Pitrola) que en
épocas pasadas, así como otros referentes sociales y sindicales con
protagonismo en conflictos de gran resonancia pública (subtes,
ferrocarriles). De repetirse en octubre estos resultados, al menos
lograría ingresar un diputado nacional (Pitrola, por la Provincia de
Buenos Aires). La desaparición de un auténtico espacio de centro
izquierda en las PASO, la incapacidad, indecisión, falta de claridad
o de vocación política de UP para ocupar el espacio de la
izquierda, las dificutades en los armados electorales o la ya
señalada heterogeneidad de los mismos, facilitaron el terreno para
que el FIT ocupara el espacio vacante y se erigiera como la principal
fuerza de izquierda en la Argentina.
¿Está
cerrada la crisis de 2001?
Hay que diferenciar los
elementos de "crisis sistémica" de 2001 de aquellos que la
caracterizan como una "crisis de régimen político". Los
primeros se basan en el cuestionamiento social al modelo de
dominación. Los segundos, a la incapacidad del sistema de
representación y de mediación entre los ciudadanos y el Estado,
para establecer una autoridad legal (y legítima) capaz de regular
las relaciones entre las personas, las instituciones y los grupos de
interés, y de contener los conflictos con niveles de coerción
socialmente aceptables. Está claro que ambas cuestiones tienen
puntos de contacto, pero son esencialmente distintas.
El cuestionamiento social
del modelo de dominación existió en 2001, pero no estuvo
acompañado, en la etapa inmediata posterior, de un proceso de
reformulación de las relaciones sociales, motorizado desde la
experiencia, la conciencia y la organización social. No es objeto
de este trabajo describir las causas que impidieron el alumbramiento
de ese proceso. Nos limitaremos a marcar dos cuestiones esenciales:
- Aunque no haya logrado garantizar pisos de ingresos y de derechos elementales para millones de hogares, el capitalismo argentino, en esta era de globalización, alcanzó para mejorar las condiciones de vida de la población más castigada social y económicamente, para restituir los ahorros que se le habían confiscado a la clase media, y para recomponer (por un tiempo) la tasa de ganancia de los capitalistas a partir de la devaluación, la licuación de pasivos privados y las dos reestructuraciones de la deuda. Los indicadores sociales reales de hoy, en términos generales, volvieron a los niveles previos a la crisis. Esto no implica abrir juicio sobre la estabilidad en el futuro inmediato de esta situación.
- Desde el punto de vista de la emergencia y construcción de sujetos colectivos, que es la esencia de la esfera política, la convocatoria de la CTA, poco después de las jornadas de diciembre de 2001, a la construcción de un Movimiento Político, Social y Cultural de Liberación, marca claramente una de las carencias fundamentales para que ese proceso de cambio en el modelo de dominación pudiera desarrollarse. Carencia que aún está vigente.
Abortado el desarrollo de
un proceso de cambio en las relaciones sociales, la crisis de 2001
parecía que podía alumbrar modificaciones significativas en los
sistemas de mediación (formas de decisión y de participación
política) y, sobre todo, en las organizaciones llamadas a forjar
esas nuevas mediaciones, habida cuenta del desprestigio de los
partidos políticos tradicionales: el justicialismo, el radicalismo,
y la izquierda.
Resultaba difícil
imaginar, en aquellas jornadas, que los mismos dirigentes, desde las
mismas estructuras, y con los mismos procedimientos que habían sido
repudiados por la población, pudieran lograr establecer una
autoridad legal y legítima capaz de gestionar el estado y establecer
una relación con la sociedad civil que lograra satisfacer, al menos,
ciertas demandas básicas, contener el conflicto social, recomponer
la autoridad gubernamental, y organizar un sistema político en el
que la población se encontrara representada.
La suspensión de los
pagos de la deuda externa, decidida por Rodríguez Saa, primero, y la
etapa Duhalde, después, con decisiones como la devaluación, la
pesificación de créditos y deudas, el plan jefas y jefes de hogar,
sentaron las bases de una especie de "tregua"
implícitamente aceptada por un cuerpo social que se había
encontrado muy cerca de la desaparición de toda forma de autoridad
estatal. Pero no tenían la legitimidad política suficiente para
articular un nuevo sistema de representación.
La salida electoral de
mayo de 2003, aún con la precariedad conocida por la declinación de
Menem, el candidato más votado, de participar en el ballotage,
inició el ciclo político del kirchnerismo, que tuvo en un principio
muy claro el objetivo de recomponer la autoridad estatal y, a partir
de ella, reconstruir un sistema de representación política.
La gestión Kirchner tuvo
a su favor una situación económica internacional muy ventajosa en
materia de precios internacionales de exportaciones, la protección
del mercado interno derivada de la devaluación, un aparato
productivo con altos niveles de capacidad instalada ociosa,
disponibilidad de mano de obra producida por los años de recesión
previos a la crisis. Todos estos elementos permitieron,
convenientemente aprovechados hasta 2007, un proceso de crecimiento
del producto y del empleo con niveles tolerables de inflación, y
políticas sociales compensatorias para quienes quedaron de todos
modos fuera de las relaciones laborales.
La gestión política de
esta coyuntura, tanto desde los aspectos materiales ya descriptos,
como desde los simbólicos, habilitó crecientes niveles de consenso
social con el gobierno, que fue ganando grados de libertad para
conducir, desde el estado, un proceso de articulación de un régimen
político en el cual las organizaciones mediadoras de la sociedad
recuperaran espacios (siempre relativos) de autonomía respecto de
los poderes corporativos e intereses económicos.
Con una sociedad
dispuesta a acompañarlo, el gobierno fue ambiguo respecto de su
vocación de alumbrar un nuevo sistema político, o de recomponer el
viejo. Las apelaciones a la trasversalidad y las críticas iniciales
a las estructuras tradicionales de la política, parecían apuntar al
cambio. Pero ese objetivo, si alguna vez existió, quedó relegado
por las urgencias (desplazar al Duhaldismo del aparato político
oficialista en la Provincia de Buenos Aires, principal distrito del
país, obtener sustento parlamentario, en las elecciones legislativas
2003 y 2005, por acuerdo con los caudillos políticos provinciales
del justicialismo, cooptar a un sector del radicalismo con la
"concertación plural" en las elecciones de 2007).
El kirchnerismo siempre
privilegió la gobernabilidad por sobre la transformación del
sistema político, al punto de asimilar los conceptos de
gobernabilidad y de legitimidad. Debe reconocerse, en este sentido,
que el comportamiento delegativo de la sociedad, su rápido reflujo
cuando la situación económico-social comenzó a experimentar una
leve mejoría, facilitó esa idea.
De modo tal que la crisis
de 2001, que no provocó un cambio de las relaciones sociales,
tampoco generó una modificación del esquema tradicional de
mediación y de representación políticas. Los cambios en la
legislación de los partidos políticos consolidaron las estructuras
tradicionales y dificultaron el surgimiento de nuevas. En cuanto a
organizaciones o dirigentes, más allá de los reemplazos
vegetativos, estamos frente a las mismas fuerzas previas a la crisis,
sus desprendimientos o alianzas, con figuras surgidas de las mismas
viejas escuelas, tal vez con la única excepción del Macrismo.
Y sin embargo, los altos
niveles de participación en las elecciones, el hecho de que más
allá de exabruptos puntuales, el debate se desarrolla
civilizadamente, y los reducidos porcentajes de voto en blanco,
parecen indicar que este sistema político contiene razonablemente a
la población.
Hay otros elementos que
apuntan en sendido contrario: ejemplo de ello son las resistencias
sociales a un modelo económico extractivista avalado por la mayoría
de las fuerzas del sistema, que no tienen ningún tipo de expresión
política. En las PASO, por primera vez, han sido derrotados
gobiernos provinciales fuertemente comprometidos con la megaminería
a cielo abierto, por ejemplo, pero las fuerzas ganadoras no son
cuestionadoras de ese modelo. La inexistencia de representación
política de los pueblos originarios en las instituciones vigentes es
otro elemento que revela la incapacidad del régimen para contener a
todos, aún en calidad de minorías.
Pero hay otro aspecto
menos observado por los analistas políticos: la pérdida de consenso
del gobierno, que se puso de manifesto en las PASO, se asocia
fuertemente al agotamiento de sus recursos materiales y simbólicos.
Ya no hay "viento de cola" en la economía global, los
recursos para políticas sociales ya no rinden como antes, el aparato
productivo ya no se ajusta al aumento de la demanda, con cuellos de
botella importantes como la inversión y la energía. Para poder
afirmar que la crisis de 2001 está cerrada desde el punto de vista
de la legitimidad del sistema político, éste aún debe demostrar
que puede superar al menos un cambio de gobierno dentro de niveles
razonables de conflictividad.
Esa es la diferencia
sustancial entre gobernabilidad y legitimidad. La legitimidad es
adhesión social. La gobernabilidad es conformidad o tolerancia con
una gestión del poder delegado. No es poco, pero no es lo mismo.
Si frente a la pérdida de consenso de un gobierno que deja de
mostrarse capaz de mantener la gobernabilidad alcanzada, la sociedad
no encuentra alternativas en su sistema político, estará otra vez
frente al vacío. Y experimentará nuevamente la sensación de
"ajenidad" respecto de los políticos, de todos ellos, aún
cuando los haya votado. La apropiación de la representación
política por parte de los representados, aun con las limitaciones
del sistema representativo, es la muestra de la legitimidad de ese
sistema. En nuestro caso, aún está por verse si el proceso
iniciado en 2001 y reconducido hasta su estado actual por el
kircherismo, soportará el desafío.
¿Está
cerrado el ciclo político del kirchnerismo?
Los resultados
electorales dicen que más de 7 de cada 10 ciudadanos no votan por
los candidatos del gobierno, pero también dicen que ninguna otra
fuerza tiene más votos. De una situación parecida ya se ha
recuperado, pero con una candidata cuya autoridad política era
indiscutida, y que ahora no puede ser reelegida.
No se puede afirmar, con
los elementos disponibles, que el kirchnerismo desaparecerá de la
escena política, o que no pueda volver a ganar una elección. No es
desde ese punto de vista que pueda afirmarse que ha terminado su
ciclo.
En cambio, lo que parece
haber terminado definitivamente es su capacidad para modelar el
sistema político y disciplinar, desde el estado, tanto a los actores
políticos como económicos, respecto del sistema de representación.
Como se ha visto, desde
2003 hasta estas últimas PASO, el kirchnerismo administró sus
recursos materiales y simbólicos, aprovechando las condiciones
sociales y económicas internas y externas, para moldear el sistema
político, tanto desde la configuración del oficialismo, como desde
la elección de la oposición más conveniente en cada momento. Aún
cuando actores políticos y económicos resistieran esos intentos, no
pudieron evitar que el gobierno llevara adelante su plan en este
sentido.
Que ese plan fuera
cambiante, de la trasversalidad al retorno al justicialismo, de éste
a una "concertación plural" con aspiraciones hegemónicas
al estilo PRI (tratando de contener a todo lo que no fuera una
derecha conservadora y negando la existencia de todo lo demás), y de
allí al otro extremo del péndulo encerrándose en los círculos más
incondicionales, aprovechando la amplia mayoría alcanzada en 2011,
no quita que ningún otro actor tuviera ni la iniciativa ni la
posibilidad de contraponer otro modelo de representación que el que
trató de instrumentar, en cada momento, el oficialismo. Y esto
alcanza también a los intentos de los sectores económicos por
moldear representaciones acordes con sus intereses.
Ese es el ciclo que está
terminado: un actor político con el 27% de los votos, en los dos
últimos años de mandato, que no cuenta con un candidato procedente
de su núcleo central de decisiones, y que ha perdido el manejo de
muchas de las palancas que le reportaron tantos éxitos en el pasado,
no está en condiciones de imponer, por sí solo, su propio futuro en
el escenario político. Menos puede configurar al resto de los
actores, aún cuando conserve la administración del aparato estatal.
Desde este punto de
vista, la lectura de "la foto" es reveladora del fin de
ciclo: los actores que se van configurando están moldeados con la
impronta de los sectores económicos y poderes fácticos que los
impulsan, más que por las iniciativas (relativamente) autónomas de
sus principales referentes.
Hoy en día puede
apreciarse un intento de reconstituir un sistema de representación
basado en dos grandes bloques: uno radical-socialdemócrata, y otro
peronista-socialcristiano. En ese sistema político en construcción
aún no está claro cuál será el lugar del kirchnerismo, suponiendo
que perdure, ni el del macrismo, ni el de la izquierda. Bien pueden
ser convidados de piedra que terminen convalidando la funcionalidad
de los dos grandes bloques. Cualquiera de esos dos bloques puede
articularse con los sectores económicos en caso de llegar al
gobierno. Y cualquiera de ellos podrá aspirar a un recambio y a una
alternancia, en la medida en que se sostenga la "gobernabilidad".
Tal vez la mayor
debilidad de este nuevo ciclo político, en caso de que llegara a
instalarse, sea que ninguno de los grandes bloques encara seriamente
los problemas estructurales del país, y ambos tienden a generar en
la ciudadanía la falsa ilusión de que con medidas coyunturales,
moderación y "racionalidad" se pueden superar los
problemas. Eso, en la experiencia argentina, es una invitación a
una nueva frustración social y política.
¿Han
sido desalojadas del espacio político de centro izquierda las
expresiones afines a la CTA?
Como ya se ha dicho en
otro apartado de este trabajo, en 2002 la CTA llamó a la
construcción de un Movimiento Político, Social y Cultural de
Liberación. Por primera vez desde su nacimiento, esta central de
trabajadores incorporaba la posibilidad de articular la acción
social y sindical con herramientas de carácter político-electoral.
No con la intención de dar vida a un "partido de la cta",
pero sí admitiendo la validez y la necesidad de sumar el terreno de
la representación político-institucional como escenario para la
construcción de ese Movimiento.
Luego de diferentes
experiencias descoordinadas entre sí, impulsadas por dirigentes y
cuadros políticos de la CTA en diferentes momentos y lugares, se
unificó la identidad de todas ellas bajo la denominación de Unidad
Popular (más precisamente, "Instrumento Electoral para la
Unidad Popular"), que cuenta con reconocimiento formal en cinco
distritos provinciales y pudo conformarse como partido nacional.
La visión y la práctica
política de UP apuntó, desde 2011 en adelante, a la configuración
de una opción político-electoral capaz de expresar un proyecto
alternativo al del gobierno, ocupando un espacio político vacante, a
la izquierda de éste, pero diferenciado de la izquierda tradicional.
Ya se ha dicho en este trabajo que durante una buena parte de la
gestión kirchnerista, el gobierno tuvo la iniciativa política, el
consenso social y los recursos del estado disponibles para articular
un nuevo sistema de representación. En ese sentido, intentó
configurar una opción "nacional-popular", en torno a sí
mismo, y como antagonista, una oposición de derecha, a su medida.
Ese intento no
cristalizó, pero cooptó a una parte del socialismo y del
radicalismo, arrinconó en un espacio de centro derecha al peronismo
disidente, y fracturó al movimiento de derechos humanos, a los
movimientos sociales y a la propia CTA.
No obstante ello, en 2011
se constituyó el Frente Amplio Progresista, ofreciendo una opción a
los ciudadanos que no se identificaban con el gobierno, con la
derecha, con los partidos tradicionales, y con la izquierda. El
electorado convalidó la necesidad de representación de ese espacio
político, y lo consagró como segunda fuerza política nacional, con
el 17% de los votos. Ese voto de confianza hizo pensar a muchos de
los que formaron parte de esa experiencia, que se podía conformar
una alternativa de gobierno de centro izquierda con anclaje en
sectores de trabajadores y de movimientos sociales, en un futuro
cercano.
A poco de andar, se
advirtió que los consensos respecto de lo que NO ERA el FAP eran
mayores que los acuerdos respecto de LO QUE DEBIA SER, cosa normal en
una experiencia novedosa. Lo que no se advirtió con la misma
claridad, al menos en UP, fue que esas diferencias también estaban
presentes en su electorado. Y que el humor del electorado iba a
determinar su rumbo definitivo, más que el trabajo paciente y
consecuente de los dirigentes del sector en la orgánica del FAP.
En el procesamiento de
las diferencias respecto de cómo construir una alternativa de
gobierno, UP intentó convencer a sus socios de mantener el lugar de
representación ocupado en 2011. Es decir: crecer en representación
institucional en la medida que los ciudadanos optaran por ese lugar,
y no por abarcar un espectro más amplio a corto plazo, pero más
heterogéneo. En ese intento, no logró sumar, en apoyo a las
posturas de UP dentro del FAP, su vínculo con las organizaciones
sociales y con la fracción de la CTA de la cual procede la mayor
parte de sus dirigentes y cuadros.
No puede decirse que en
2012 la CTA o las organizaciones sociales cercanas a UP hayan tenido
un reflujo. Muy por el contrario, protagonizaron importantes
movilizaciones y conflictos sociales. Pero los vasos comunicantes
entre la actividad y las manifestaciones de las herramientas sociales
y sindicales de este espacio, y sus herramientas políticas,
presentaron una desconexión, cuando no un abierto conflicto de
visiones entre dirigentes, sectores de base y cuadros intermedios
entre las distintas herramientas y dentro de cada una de ellas.
Esa desconexión no fue
un fenómeno exclusivamente referido a la desconfianza que del FAP, o
de su candidato a Presidente, Hermes Binner, tenían las bases de los
movimientos sociales y de la CTA, ni es tampoco un fenómeno propio
del terreno electoral. Muy por el contrario, se arrastra desde la
fractura de la CTA en las elecciones sus autoridades en 2010.
Ese episodio marcó el momento crítico en el cual, frente a la
interpelación que el kirchnerismo produjo en este espacio,
participaron 270,000 afiliados de un total posible de 1,200,000, y
lograron mantener la independencia de la Central, pagando el precio
de la ruptura. Pero las iniciativas superadoras del ámbito
sindical, como la Constituyente Social, quedaron sumidas en la
inmovilidad y el desconcierto. El buen desempeño del FAP en 2011,
en lugar de reavivar un proceso de movilización que hubiera
dinamizado al movimiento social y a la herramienta política, sirvió
para que este problema quedara soslayado.
De este modo, mientras
que el olfato de los dirigentes del Socialismo, del GEN y de Libres
del Sur, les indicaba que su electorado era proclive a desnaturalizar
la idea original del FAP, y ampliarlo hacia la UCR y la Coalición
Cívica, desdibujando el perfil político para concentrarse en una
opción anti-kirchnerista, UP nunca pudo demostrar que su aporte
social y electoral al frente, en caso que éste realmente existiera,
no podía ir en esa dirección, y que la dinámica de construcción
de una opción política como la que había dado origen al FAP podía
ser más lenta, pero más seria, con proyección de gobierno, cosa
que de ningún modo garantizaba la opción del "rejunte" a
la que la llevaban los otros socios.
Así, UP llegó a las
PASO con diferentes alianzas distritales que expresan proyectos
políticos distintos. Pero en aquellos distritos en los cuales no
avaló la desnaturalización de la idea original del FAP, el
electorado que acompañó fue sólo el más consolidado. No se puede
demostrar voto a voto, pero los números indican que la mayor parte
de los votantes del FAP del 2011 optaron, ahora, por la opción
radical-socialdemócrata a la que parece encaminarse el sistema
político argentino, y a eso lo llaman centro izquierda. En ese
sentido, UP fue desalojada de ese espacio.
Sugerir que UP debe
insistir en disputar el "verdadero" espacio de centro
izquierda, o que debe "asumir" que es una fuerza de
izquierda y disputar la "hegemonía" allí, serían dos
errores de distinto signo pero igualmente contraproducentes. Parten
de un supuesto erróneo: que la construcción política puede hacerse
desligada del movimiento social.
Si la política es acción
para transformar la realidad, la ineficacia de UP para evitar la
desviación del FAP, y su intrascendencia electoral a la hora de
sostener, correctamente, una convicción, deben identificarse como
problemas. Las causas de esos problemas están en el profundo
debilitamiento del tejido de relaciones, acciones, debates,
experiencias compartidas, que vinculan a las organizaciones sociales,
sindicales y políticas de este espacio común.
La tarea más importante
que deberá encarar este espacio diverso y complejo, que es la experiencia político-social más rica que ha dado la Argentina de los últimos años, si quiere perdurar, es recomponer
ese tejido. No hay recetas para eso, pero reconocer
que hay que empezar por ahí sería un primer paso alentador.
Comentarios