Martín Buber: Dos pueblos en Palestina

El texto que se transcribe a continuación es el discurso pronunciado por Martín Buber en junio de 1947 ante los oyentes del servicio de la radio holandesa. Se ha tomado del libro de Martín Buber “Una tierra para dos pueblos. Escritos políticos sobre la cuestión judeo-árabe”. Edición de Paul R. Mendes-Flohr. Ediciones Sígueme (Salamanca) y Universidad Autónoma de México. Salamanca, España, 2009. A pesar de la larga e importante trayectoria de Martín Buber en el movimiento sionista, estos textos políticos son poco conocidos y tanto el Estado de Israel como las instituciones de las comunidades judías de todo el mundo, los ignoran. Sólo resaltan sus aportes, también importantes, al acervo cultural judío y a la filosofía. Probablemente, una lectura completa y atenta de este texto explique las razones. Ante la realidad de hoy, la primera impresión de algunos pasajes sugiere cierta dosis de ingenuidad. Pero esa es una impresión superficial: si se observa esa realidad, llegaremos a la conclusión de que es un texto profético. No solo eso, sino que es más realista que cualquiera de las ideas que hoy existen sobre la (no) solución del problema de las relaciones entre árabes y judíos en Palestina, actualmente Estado de Israel.

Al venir a hablar con ustedes sobre Palestina, deseo compartir en primer lugar mi punto de vista sobre este tema, relevante para todo el mundo, que por regla general no encuentra eco en la prensa ni en la literatura periodística. Además quisiera utilizar este ejemplo de Palestina por ser estremecedoramente claro, para mostrar los efectos perniciosos de un mal que aflige hoy a la humanidad en su conjunto, tal vez más que cualquier otro mal, y que a pesar de ello nadie se ocupa en serio de él. Me refiero a la exageración y glorificación del elemento político en nuestro mundo, a su dominio absolutamente desproporcionado respecto de todo aquello que importa verdaderamente para la vida.
La dominación de la política no siempre es visible, porque penetra en todas las esferas de la vida y en cada una de ellas aparece con vestiduras distintas, se disfraza con diversos atuendos y habla en los términos y la lengua de cada una de esas esferas. Por ejemplo, la gente piensa que el elemento determinante en la vida social de nuestros días es el económico. Y sin embargo, ésta no es más que una suposición infundada; y lo es únicamente porque el principio político se infiltró en la vida económica y minó sus fundamentos. La base vital y saludable de toda economía es la necesidad interior de producir bienes útiles para el hombre, amén de la cooperación con otros seres humanos, nuestros hermanos, cuyas relaciones con nosotros descansan sobre la base de las mismas ideas y los mismos objetivos. Con todo, esta base saludable quedó desplazada por una fútil codicia de dominación y una competencia desbocada. Si el lema de la economía natural es "producir lo necesario", el lema de la economía sometida a la politización es "conseguir más de lo necesario".
En todo lugar y en todo ámbito, la sociedad de aquellos hombres infectados por el elemento político, anhela conseguir más de lo verdaderamente necesario; y la quimera política los ha confundido hasta tal punto que ya no pueden discernir entre lo "verdaderamente necesario" y el "más". Justo en este momento todos pelean no por lo "realmente necesario" sino por ese mismo "más".Y puesto que son ya incapaces de reconocer una autoridad superior que pueda hacer de juez entre ellos, ningún  muro puede detener su decadencia hacia la destrucción común.
Renovación del lazo de un pueblo con su tierra
Hace casi setenta años, los judíos comenzaron a asentarse en Palestina. El ímpetu externo provenía de persecuciones y pogromos, pero éstos no constituían más que una especie de estímulo que sirvió para despertar profundas fuerzas internas y energías cuyas raíces se hunden en los albores del tiempo. Desde esta profunda motivación interna, el pueblo de Israel anhela renovar su relación con su patria inicial, y dentro de este lazo renovado, volver a ser un pueblo orgánico, fuerte y unido, después de una dispersión y un desmembramiento milenarios.
Para comprender correctamente este ímpetu, ustedes tienen que representarse el hecho de que los judíos no son un pueblo como todos los pueblos -quieran o no ellos reconocerlo-. Conforman un fenómeno único e incomparable: una sociedad en la que la experiencia del pueblo, por un lado, y la fe, por otro, fueron fundidas y refinadas en una unidad inseparable. Y esta fe desde sus inicios está ligada a esta tierra, la misma tierra a la cual el propio Señor envió al pueblo para que la elevase a la perfección y, por otra parte, para que ella lo vuelva a Él perfecto; ambas perfecciones representan una misma hatjalta degueulata, el "inicio de la redención" , y el comienzo de la "reparación del mundo para el reinado de Dios" (tikún olam lemaljut shaday).
Sin embargo, esta gran misión no ha sido cumplida y el lazo entre el pueblo y la tierra se interrumpió por milenios. Es más, una buena parte del pueblo judío perdió su fe, al menos de forma consciente. Pero la fuerza inconsciente de esa fe permaneció tan grande como para mantener el ímpetu del pueblo para desplazarse en el mismo momento histórico en que se dirigieron hacia su antigua patria. Lo hayan reconocido o no los colonos, en las raíces de esta motivación reside la voluntad de renovar la "sociedad divina".
Entre pueblo y pueblo
Durante estos setenta años las generaciones de los colonos judíos trabajaron sus campos con entusiasmo y energía incomparables. Hicieron fructificar la tierra y la volvieron bendita y abundante, no menos de lo que ellos se volvieron fructíferos e hicieron crecer entre sí fuerzas desconocidas. Puede entenderse fácilmente cómo, en medio de toda esta actividad, tan llenos de energía e imbuidos en la creatividad y disposición al sacrificio, no notaron suficientemente un hecho importante: que Palestina ya tenía otra población, la cual ve y siente a esta tierra como su hogar; incluso si este sentimiento es más oscuro, simple y rudimentario que el de los pioneros hebreos. Me refiero, claro está, a los árabes, que ya habitan esta tierra desde hace mil trescientos años. El reto crucial de una cooperación planeada entre ambos pueblos en el desarrollo de la tierra no fue discutido con la claridad suficiente por cada una de las partes, y menos aún se tomaron medidas con la energía necesaria para llevar a cabo esta cooperación vital.
Con todo, no faltaron buenos fundamentos para propiciar una cooperación activa entre ambos pueblos en creatividad y desarrollo. El primer fundamento es el histórico, que surge del origen común de ambos pueblos: nuestras lenguas son cercanas, y la tradición del padre común, Abraham, une a los dos pueblos desde los orígenes de la raza semita. También hay muchos elementos comunes e interrelacionados en los hábitos, especialmente si se presta atención a las costumbres de los judíos provenientes de comunidades orientales que han habitado permanentemente Palestina desde generaciones. No es casual que en los largos días del exilio fuera el período hispano-árabe quien propiciara el florecimiento de la vida espiritual y de la creatividad filosófica.

Un segundo elemento fundamental y común a ambos pueblos, que podría facilitar la cooperación, es el mismo amor por la patria. Ya mencionamos que este amor es más pasivo entre los árabes, pero también sería posible desarrollarlo entre ellos para convertirlo en una participación activa en la gran tarea común de fructificar la tierra. No obstante, y siendo cierto que los judíos que vivieron durante siglos en occidente han absorbido de él , de su cultura y modo de vida, mucho más de aquello que absorbieron los árabes habitantes de Palestina, volviéndose así el puente entre oriente y occidente, no deja de ser cierto que el ritmo de vida y de trabajo es muy diferente entre ambas poblaciones. Así, resulta fácil entender que algunos sectores de los antiguos habitantes no hayan querido apresurarse demasiado en vivificar el desierto, puesto que veían el trabajo pionero de los inmigrantes como algo extraño, que les trataban de imponer.


Y con todo, no hay duda de que las posibilidades de cooperación, provenientes del origen común y de la tarea compartida, hubiesen podido superar esos obstáculos si no se hubiese inmiscuido el elemento político. Y aun en este último tiempo, en cualquier lugar que todavía no haya sido tocado por la politización en la población rural árabe, hay relaciones de buena vecindad, paz y fraternidad entre agricultores judíos y árabes, y en gran medida se da la ayuda mutua y generosa entre ambos. Los proyectos de irrigación y fertilización llevados a cabo por los judíos no sólo han beneficiado a los campesinos árabes, sino que también han hecho que los judíos reciban la estima de aquellos; y son muchos los lugares en los que han aprendido voluntariamente métodos de gestión y agricultura más intensivos, que los judíos estaban dispuestos a enseñarles con gusto. Cuántas veces fui testigo ocular de fiestas en las aldeas judías, en las que participaban los vecinos árabes no sólo como invitados honorables, sino también con la profunda alegría que expresa una verdadera fraternidad.


Sin embargo, no hay que pasar por alto el hecho de que ciertos elementos básicos de la empresa de asentamiento judío hayan operado adversamente sobre la cooperación, sin que en principio hubiesen estado dirigidos contra los árabes. El principio saludable que consiste en querer devolver el pueblo judío a un trabajo productivo, por ejemplo, arrastró consigo el fenómeno frecuente de que las fuerzas laborales árabes no encontraron suficiente espacio en el mercado de trabajo creado gracias al esfuerzo judío. Y aun así, por necesidad interna, hubiesen escogido un camino común hacia la economía judeo árabe de no ser por el elemento político que actuó en ambas partes, el mismo anhelo de conseguir más de lo verdaderamente necesario, sembrando obstáculos en ambos lados. Cada vez más fuerte se hicieron escuchar los eslóganes del estado: por un lado el estado árabe y por otro el estado judío. A continuación vamos a examinar el grado en que esas demandas y eslóganes están justificados por las necesidades reales de ambas partes.


No un "estado" sino verdadera libertad


El pueblo judío, que se está renovando ahora en Palestina, necesita una autonomía fuerte y amplia. No sólo requiere la posibilidad de preservar y desarrollar libremente su vieja y nueva cultura hebrea, sino también la posibilidad de decidir por sí mismo y desarrollar libremente sus formas sociales, dirigidas a la renovación social en un espíritu de cooperación y amistad. También el pueblo árabe de Palestina necesita una autonomía fuerte y amplia. Y de ninguna manera un pueblo puede impedir u obstaculizar el crecimiento libre de los valores espirituales y sociales del otro.


A lo anterior se suma en el lado judío otra exigencia que en realidad son dos. Debe permitirse la inmigración judía a Palestina en proporción a la capacidad que exista en cada momento de absorción económica del país, para prevenir el congelamiento de la empresa de colonización y para que cumpla con su función: crear un centro y una patria para la comunidad judía mundial en la medida requerida y según la situación de esta comunidad. Asimismo, debe permitirse la adquisición de terrenos  y el asentamiento sobre ellos de manera creciente, a fin de evitar que la empresa de colonización renovadora sea minada, ya que expresa la recreación del lazo del hombre judío con el suelo y con el trabajo de la tierra que en el exilio se volvió improductivo.


Ambos requerimientos, con todo, deben concretarse de tal manera que no afecten al cumplimiento de las necesidades reales de la población árabe. Las dimensiones y las necesidades concretas de ambas partes y la medida en que están justificadas sus reivindicaciones deben volver a analizarse y determinarse de tanto en tanto. Esto debe hacerse conjuntamente, en un ambiente de confianza mutua que se origine en la cooperación entre ambos pueblos. El aumento constante del dominio del elemento político afectó de manera creciente a la creación de esa confianza mutua, que de por sí ya era difícil, pero no imposible.


Lo que realmente necesita cada uno de los dos pueblos que viven en Palestina, uno junto al otro y uno dentro del otro, el la autodeterminación, la autonomía, la posibilidad de decidir por sí mismo. Pero esto no significa en absoluto que cada uno necesite un estado en el cual él sea quien gobierne. Para el libre desarrollo de su potencial, la población árabe no necesita un estado árabe, ni la población judía necesita un estado judío para lograrlo. Esta realización en ambos lados, puede garantizarse en el marco de una entidad sociopolítica binacional común, dentro de la cual cada pueblo ordene sus asuntos específicos y ambos juntos se ocupen de los asuntos comunes a los dos. Se exige un estado árabe y un estado judío en la totalidad de la tierra de Israel, para que ambos busquen esa categoría del "más" político, por encima del deseo de conseguir más de lo necesario.


Una entidad social binacional, con zonas de asentamiento determinadas tanto como sea posible, y en las que de todos modos haya una cooperación económica global (en la medida de las posibilidades); con una absoluta igualdad de derechos entre ambos socios, sin tomar en cuenta la cantidad variable entre ellos; con una soberanía compartida que reside en estas premisas: una entidad sociopolítica semejante le proporcionará a cada uno de los pueblos todo lo que realmente necesita. Si un estado semejante se estableciera, ninguno de los dos pueblos debería temer el dominio del otro por la superioridad numérica; y la inmigración judía, acorde con las posibilidades de absorción que dependen del crecimiento y la intensificación de la producción -que como se ha dicho, es necesaria para la empresa de asentamiento judío y una condición indispensable para su crecimiento y existencia-, no podrá ser vista ya nunca por los árabes como un peligro para su propia existencia. Y por el otro lado, dado que la libertad de autodeterminación y las oportunidades que  necesita para desarrollarse estarían garantizadas para la población judía en esta entidad sociopolítica binacional, que está fundada de manera firme e inquebrantable, no habría ya nada que le impidiese sumarse a la federación de estados árabes, y esto en sí podría dar a la población árabe una garantía adicional en su  estatus.

Condiciones técnico-económicas

Hoy parece que este camino está bloqueado por la politización, que adquirió dimensiones patológicas, casi catastróficas. Con todo, creo con fe sincera que esta ruta todavía no se ha vuelto totalmente infranqueable. Y en efecto, para que se rompa la puerta a fin de transitar por ese camino, son necesarias dos acciones no convencionales: una es de tipo económico-técnico y la otra espiritual-político.


Cuando digo "político" obviamente no me refiero al contenido negativo de este concepto, al que me refería antes cuando hablé sobre el exceso de politización que domina la vida; sino al sentido amplio y positivo del término, a su sentido platónico: el espíritu que construye y diseña la sociedad y el estado. Asimismo, al usar en mi discurso el concepto "técnico" me refiero también a su contenido elevado: el mismo terreno en que el espíritu determina los aspectos técnicos de la vida, por la voluntad del espíritu de constituir una paz abarcadora, fructífera y duradera entre todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra.

La actividad técnico-económica de la que hablo es una empresa incluyente y abarcadora para el desarrollo del país. La característica central de esta empresa será el desarrollo de un gigantesco sistema de riego, que por un lado multiplicará en varias cifras los terrenos aptos para la agricultura y, por otro, proveerá de energía a la industria local extensiva y le asegurará una posición central en la economía de Oriente Medio.

Una empresa semejante activará y hará avanzar la vida económica de toda Palestina. Este país, cuyo territorio hoy se encuentra dividido entre el elemento judío dinámico y el elemento árabe, que fundamentalmente aún es estático, va a llegar a ser una tierra unida en la que resonará una productividad intensiva.

Para lograr todo esto, se necesita evidentemente incorporar al máximo a la población árabe en este esfuerzo de desarrollo; y no sólo para recolectar la cosecha de los frutos, sino también como socio trabajador y activo. Debe señalarse que una integración semejante, por lo que sé, es inseparable de todo programa emprendido por el lado judío. Si, en efecto, se desarrollara tal empresa, los modos de vida de la mayor parte de la población [local] cambiarían, y junto con eso se produciría una transformación fundamental en las relaciones entre judíos y árabes. Claro está que esto depende de que todas las etapas de esta empresa y de que todas sus partes sean ejecutadas con el espíritu propio de comunidad, de solidaridad y de cooperación. La comunidad de intereses entre ambos pueblos, empañada y apartada como consecuencia del proceso de politización al que me refería, debe manifestarse y ser explícita para todos, debe ser excelsa para dar lugar a una creatividad en común, basada en el amor compartido por esta maravillosa tierra.

Esfuerzo espiritual-político

El segundo esfuerzo, que he denominado espiritual-político, debe llevarse a cabo junto con el trabajo de construcción del país. Para aclarar su naturaleza, debo decir algunas palabras sobre un factor al que todavía no aludí y que ahora dudo sobre si ocuparme o no de él. Hasta aquí he presentado dos pueblos, como si las relaciones entre ellos dependieran solamente de ellos. Pero, sin lugar a dudas, no es así. La verdad es que estas relaciones se vieron crecientemente influidas -con una influencia fundamentalmente negativa- por el conjunto de los intereses políticos internacionales. En este caso, como en muchos otros de conflictos y de contradicción de intereses entre pueblos, el complejo político internacional arrastró al conflicto judeo-árabe hacia la complicada red de fuerzas que actúan en él, utilizándolo para sus propios fines.


Si en nuestros días existiera una verdadera autoridad supranacional, cuya función consistiese en examinar los conflictos, conciliarlos y acomodarlos, podría actuar muy valiosamente en estos casos. Pero no existe tal autoridad suprema, y toda la vida internacional agota sus energías sin ningún propósito en guerras para conseguir dominio y poder, posesión y sometimiento. Las "grandes potencias" ven en los conflictos entre los pueblos más pequeños no tanto el sufrimiento que deben ayudar a poner fin, [sino] como complicaciones interesantes agradablemente explotables en la gran lucha por la suprema dominación de todo. Los mismos pueblos pequeños, al estar sometidos al proceso de politización, intentan también aprovecharse de semejante explotación en su propio beneficio. En este desesperado circulo vicioso, los conflictos se intensificarán más y más. Pues bien, esto mismo ocurre en las relaciones entre judíos y árabes, y en nuestra época se refuerza el conflicto setenta veces ante nuestros ojos.

Nosotros, que tememos en el futuro del hombre creado a imagen de Dios, ante esta situación podemos hacer algo más que esperar a que aparezca el buen espíritu en la política, cuya aparición es impedida por el mal espíritu que domina hoy el mundo político. Tal espíritu, que sin duda aún late en las profundidades ocultas de todo lo que ocurre en el mundo, es el de edificación y creación en la esfera política, un espíritu de verdad, justicia y paz en las relaciones entre los pueblos.

El problema de Palestina, la problemática de las relaciones entre judíos y árabes, es uno de los problemas políticos más difíciles de nuestro tiempo, tal vez el más difícil de todos. Vamos a usar esta problemática como piedra de toque ante la cual será probado el mundo entero. Hombres muy inspirados deben surgir en todos los pueblos, hombres imparciales y  que no hayan sido presa de la guerra de todos contra todos para la dominación y la posesión, ni se hayan visto envueltos en ella. Deben congregarse hombres como éstos, para pavimentar el camino de ambos pueblos, a fin de que puedan trabajar juntos con el propósito de liberarse de esta complicada situación. Pero ellos deben ocuparse también del futuro que espera más allá del umbral de la hora presente.

Hasta que dicho organismo sociopolítico común se establezca, dejemos la administración de los asuntos comunes de los pueblos en manos de un consejo supremo conjunto de sus representantes, consejo en el que también tomen parte varios miembros de ese círculo de hombres imparciales de los que hablé. Esos hombres deben trabajar en favor del cultivo de la solidaridad, la cooperación y la confianza mutua entre ambos pueblos; ellos deben también integrar aquellos factores que provocan disputas que naturalmente irrumpen de vez en cuando, haciendo peligrar a la joven entidad social.

¿Acaso podrá impulsarse con éxito semejante esfuerzo político-espiritual? Ésta es la gran pregunta, la piedra de toque para la humanidad. El destino de Palestina y el destino de toda la humanidad están ligados entre sí en este momento por un lazo oculto, lleno de peligros, pero también grávido de esperanza.

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