La muerte... ¿es la política por otros medios?
Por el Equipo
de Discusión del Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (IPyPP)
Claudio
Lozano, Tomas Raffo, Horacio Fernández, Jaime Farji, Ariel Pennisi y
Bruno Costas
Una vez más
en la historia reciente de nuestro país, una muerte tuerce el rumbo
del escenario político. Este que parecía estabilizado hacia una
transición controlada en sus aspectos significativos por el gobierno
y tolerada por la oposición (aunque siempre con el interrogante de
los efectos que la recesión y la conflictividad social podían
producir) se modificó por distintas razones.
Si los
asesinatos de Kosteki y Santillán sellaron la suerte del gobierno de
Eduardo Duhalde en junio de 2002, y el fallecimiento de Néstor
Kirchner, en octubre de 2010, contribuyó para que Cristina Fernández
obtuviera su reelección un año después, la muerte, en
circunstancias aún no esclarecidas, del fiscal Alberto Nisman,
ocurrida el pasado 18 de enero de 2015, alteró el escenario político
actual con alcances aún difíciles de prever.
Pero vayamos
por partes.
Luego de la
derrota electoral sufrida por el gobierno en las elecciones
legislativas de medio tiempo de octubre de 2013, quedaron sepultadas
las aspiraciones de una nueva reelección de CFK. El oficialismo
retuvo la mayoría en ambas cámaras, pero no logró el número
suficiente de legisladores para habilitar una reforma constitucional.
A partir de ese momento, todos los actores políticos y sociales
supieron que el escenario de los dos años siguientes estaría
marcado por una transición, y en función de ella todos configuraron
sus respectivos comportamientos.
Con Cristina
Fernández fuera de pista, y sin posibilidad de imponer un candidato
“del riñón” al PJ, los dos principales aspirantes de ese
partido, Daniel Scioli como “heredero” y Sergio Massa como
“opositor” pasaron a tener el camino allanado para construir dos
grandes opciones de un justicialismo dividido. Aunque para muchos
esas sean dos caras de una misma moneda, (dada la capacidad del PJ
para ser oficialismo y oposición al mismo tiempo) lo cierto es que
se dispusieron a disputar el voto del electorado, y no hay ninguna
posibilidad de arreglo entre ellos antes de octubre de 2015. Lo que
vaya a pasar después es, en la política argentina, futuro incierto.
Con el
kirchnerismo sin candidato y con el justicialismo dividido, crecieron
las probabilidades de que un gobierno no peronista pueda consagrarse
en 2015. Con ese panorama, el PRO, con Mauricio Macri como candidato
presidencial consagrado, y el Frente Amplio UNEN, con varios
aspirantes, comenzaron a prepararse para captar el voto no peronista
y el voto independiente.
Massa, Macri
y los principales referentes de UNEN, envalentonados por la derrota
electoral del oficialismo, y con una situación socioeconómica
signada por el deterioro del empleo, del poder adquisitivo de los
salarios y jubilaciones debido al proceso inflacionario, y por las
presiones sobre el tipo de cambio motorizadas por la intervención
del mercado cambiario, desplegaron al unísono la receta de la
solución tradicional a los problemas de la economía argentina:
- Volver a los mercados de capitales internacionales
- Estabilizar el valor de la moneda con el ingreso de dólares del endeudamiento y liberar el mercado cambiario doméstico
- Abrir los sectores de recursos naturales y energéticos estratégicos a los inversores externos
- Recuperar los puestos de trabajo perdidos en un proceso virtuoso de producción sin inflación, motorizado por las inversiones externas y el endeudamiento
- Pagar el capital y los intereses de la deuda externa con los ingresos por exportaciones energéticas, mineras y de commodities agrícolas
El gobierno
intentó por todos los medios conservar iniciativa política para
evitar, o al menos demorar, los efectos de la debilidad que supone el
plazo fijo para su retirada. Así, puso en juego su capacidad de
negociación-extorsión al interior del justicialismo, tratando de
controlar (incluso recurriendo a la indefinición deliberada) la
elección del candidato oficialista a Presidente. Dió aire a todo
aquel que mostrara su aspiración de ser el candidato de la
“continuidad del proceso” (Randazzo, Dominguez, Rossi, Taiana),
presionó al “candidato natural” (Scioli) y hasta alimentó las
ilusiones del “núcleo duro” (“que se enfrenten con Cristina y
sanseacabó”). Mientras tanto, aseguró la colocación de sus
candidatos a diputados en las listas de diferentes distritos, más
allá de quién termine siendo el que dispute la primera
magistratura.
Asimismo,
desplegó un conjunto de inventivas legislativas como la reforma de
las leyes sobre derechos de consumidores y usuarios (abastecimiento),
sacó finalmente adelante la polémica reforma del código civil, e
impuso la reforma del código procesal penal con el que, sin pudor,
pretende poblar el ministerio público de fiscales afines que le
garanticen impunidad a futuro.
Igualmente
audaces fueron sus decisiones en materia de política económica. Sin
ningún prurito ideológico, y sosteniendo el mismo discurso
“nacional y popular”, plagió lisa y llanamente el menú de la
oposición conservadora, e hizo todos los “deberes” de la
ortodoxia neoliberal para “reinsertar” al país en los “circuitos
financieros internacionales”. Veamos:
- Arregló millonarias demandas que empresas extranjeras habían entablado contra la Argentina en el CIADI, aceptando el pago de sus reclamos
- Renegoció la deuda con el Club de París, sin revisarla a pesar de que una parte de la misma había sido contraída por la última dictadura militar, y reconoció un monumental incremento del endeudamiento público sin pasar por el Congreso
- Procuró sin éxito ganar tiempo en la demanda judicial de los fondos buitres para arreglar también con ellos, pero después del vencimiento de la cláusula RUFO
- Firmó contratos con multinacionales como Chevrón, con cláusulas aún desconocidas por la opinión pública, pero entre las conocidas se sabe que se le entrega a perpetuidad la explotación de los recursos no convencionales en las áreas de la formación neuquina de Vaca Muerta en las que opera en conjunto con YPF, y abrió el acceso a todas las restantes empresas, incluso aquellas que tienen en explotación yacimientos convencionales, para que obtengan las mismas condiciones
- Suscribió acuerdos con China que entregan los recursos naturales en condiciones ampliamente ventajosas, y que prácticamente son un certificado de defunción para el MERCOSUR, a cambio de ingresos de divisas a corto plazo
La recesión,
provocada por el deterioro de la capacidad de consumo de la
población, acentuó el proceso de destrucción de puestos de
trabajo, pero esa contracción de la demanda agregada moderó las
presiones inflacionarias. Las trabas a las importaciones frenaron la
producción industrial y contribuyeron a moderar el rojo de las
cuentas externas. Los acuerdos de SWAPs con China permitieron el
ingreso de moneda extranjera computable como reservas
internacionales, y los “pagos” de vencimientos de deuda quedaron
depositados en cuentas del Banco Nación en el país, gracias a lo
cual no impactaron aún en el balance de divisas, base caja. De
acuerdo con lo publicado por el BCRA, el balance de divisas del año
2014 tuvo un resultado positivo, obtenido mediante diferentes
artilugios contables.
Todo lo
descripto configuró un cuadro de “ajuste recesivo” que logró
estabilizar variables tales como la inflación y el tipo de cambio,
otorgando márgenes de maniobra para el gobierno, mientras la
conflictividad social aparece relativamente controlada, en parte por
el despliegue de los aparatos represivos del estado, en parte por la
fragmentación de las dirigencias sindicales y por el
reacomodamiento de varios de cara al futuro proceso electoral.
En un
escenario de deterioro del empleo, el sindicalismo tradicional espera
la llegada del próximo gobierno para negociar en mejores
condiciones, sabiendo que es muy poco lo que puede obtener de éste y
de las patronales. A pesar del activismo de la izquierda sindical y
del compromiso de lucha de la CTA autónoma, los conflictos más
importantes son de carácter defensivo (reincorporación de
trabajadores despedidos, etc.), y se carece de la capacidad de
movilización y de organización suficientes para imponer un plan de
lucha sin el concurso de la CGT, que tiene otras prioridades y está
muy lejos de la “unidad de acción” del año 2012.
Salvo
grandes operadores internacionales como las multinacionales del
petróleo o el gobierno de China, que están en condiciones de
obtener grandes ventajas a cambio de saciar la avidez cortoplacista
del gobierno por divisas, los restantes operadores esperan el cambio
de gobierno para tomar decisiones de inversión.
La oposición
política conservadora y sistémica, incapaz de desplegar ninguna
iniciativa propia o de frenar las iniciativas del gobierno, y
despojada por éste de sus propias ideas para resolver la coyuntura,
no tiene más espacio que el de ensayar un discurso diferenciador
excluyendo toda referencia al modelo productivo o a la coyuntura
socioeconómica, y se centra en "los modales" y en la
“cuestión republicana”. A lo sumo aparecen los cultores del
ajuste fiscal que cuestionan la dilapidación del gasto gubernamental
desde una perspectiva que induciría mayor recesión aún.
En ese
escenario de dominio precario, pero dominio al fin, de la iniciativa
política, con las variables macroeconómicas bajo control, y con el
conflicto social “planchado”, el gobierno se aprestaba a
transitar con razonables niveles de estabilidad sus últimos meses, y
la oposición parecía resignada a afrontar la campaña como mejor
pudiera, y los sectores populares permanecían inmovilizados entre la
prudencia y la debilidad.
Entonces...
la muerte se hizo presente para patear el tablero.
Para
comprender un suceso, lo más común es explorar sus causas. Pero la
muerte del fiscal Nisman, el múltiple entramado de causas que
llevaron a ese desenlace, y la complejidad de los submundos en los
cuales tuvo lugar, entre los que pueden citarse sólo como ejemplo el
de los servicios de inteligencia nacionales y extranjeros, el de la
investigación que estaba llevando adelante el fiscal y las presiones
que en torno de la misma se venían desplegando, y el de las pujas
por el control del poder judicial, hacen que para no movernos en el
terreno de las hipótesis, resulte en este caso más útil tratar de
analizar los efectos. Las posiciones progresistas o de una izquierda
políticamente correcta son presas de una sensibilidad atravesada por
el principio de sospecha. El sentido común más bien antipolítico,
por lo general crédulo y conformista aun en el más quejoso de sus
estados, se aviene a la sospechología a partir de escenarios como el
actual, con sus fogoneos mediáticos a cuestas. El resultado es una
olimpiada que tiene como protagonista al único deporte de la
sospecha. Admitamos que hay un goce en el acto sospechador, en tanto
éste daría cuenta de una inteligencia en movimiento, de una
profundidad ejemplar o una mirada suspicaz. En ese sentido, conviene
detenerse ante tanto goce (término que perfectamente le podemos
arrebatar al psicoanálisis) y apelar a un principio de cautela que
apunte a forjarse una salud política. Hacerse a un costado del
territorio, por ahora imaginario, de la sospecha no significa
desinteresarse por las causas de un hecho tan traumático, sino
conseguir algo de oxígeno para orientarse de otra manera.
El
territorio más concreto –y brutalmente literal– de los efectos
nos muestra, antes que cualquier otra cosa, una profundización de la
tendencia binaria que domina como matriz de lectura política la
mayor parte del discurso público. Las posiciones, tanto en sus
contenidos como en sus tonalidades, previas a la muerte de Nisman se
agudizaron, como si esa muerte se agregara como leña a la voracidad
de una maquinaria interpretativa que está al límite de sus
posibilidades. El binarismo funciona como una
trituradora de basura, absorbe los hechos como desperdicios de la
gran, verdadera y fundamental conspiración. Del discurso
rudimentario de un militante raso a las engoladas frases de un
filósofo devenido funcionario, el esquema es básico y parece no
tener afuera: desde la CIA hasta la ex SIDE, pasando por el MOSSAD y
los medios masivos de comunicación locales complotan y logran
engañar a alguna ingenua clase trabajadora y a la siempre maliciosa
clase media. “Justo cuando la presidenta mostraba una imagen
pública más que aceptable”. Es decir, pasan de categorías
setentistas medio oxidadas (como los fierros) al lenguaje del
marketing político y la encuestología.
Solo
contamos con una información cierta: qué hacen los actores ante lo
sucedido. Los que usan el nombre de una república gastada como la
moneda para achacarle al gobierno ribetes autoritarios no distan
mucho en su chicana de quienes viven con el mote “golpista” en la
punta de la lengua y lo escupen, cada vez más seguido, desde el
aparato del Estado. Sin embargo, el Estado no se hizo presente más
que desde su costado sombrío de una Inteligencia que es el reverso
de la sospecha festejada momentáneamente por la calle (incluyendo
sus dos veredas de rigor). El resto son facciones: un gobierno que se
pone a la altura de otras corporaciones, medios de comunicación
determinados, zonas del poder judicial –sindicato incluido–,
instituciones de la colectividad judía, etc.
En el marco
de la guerra de los goces y el desprecio como ejercicio los, a estas
alturas, indolentes actores avanzan ciegamente según el dictado de
lo que suponen sus intereses. ¿Qué márgenes quedan, entonces, para
la politización de los cuerpos, es decir, para la participación
popular y plural en la vida pública? ¿Qué márgenes para
posicionarse por fuera de la matriz de las sorderas enfrentadas? El
camino de la Comisión Investigadora del caso AMIA, que tuvo su
acertada marcha el miércoles 4, es importante por lo que dispone
conceptualmente y por lo que significa en términos ético-políticos.
Por delante, se abre una tierra incógnita
que nos llama a renovar el lenguaje político al calor de nuevos
emergentes, a inventarnos formas de relación con la vida pública
capaces de desarmar las formas cristalizadas del momento para volver
a interpelar… Pero, tal vez, tengamos que dejarnos interpelar antes
por la complejidad de lo que pasa.
Crimen o
suicidio, suicidio inducido o no, la muerte del fiscal Nisman
conmovió profundamente a la sociedad argentina, que resultó
sorprendida y abrumada por un hecho de semejante gravedad
institucional, pero a la vez, aunque parezca contradictorio, en
presencia de una “muerte esperada”.
Dos caras de
una misma moneda: la sorpresa y la conmoción responde al deseo de
seguir viviendo en comunidad, a la aspiración de que la vida en
comunidad, con todo lo que ello implica, no permita que estas cosas
sucedan, que la comunidad preserve al hombre común del desamparo que
lo acecha cuando personas con poder, con dinero, con custodia y con
notoriedad, aparecen muertas de esta forma. Y del otro lado la
sensación de “muerte esperada” surge de las evidencias de
descomposición social e institucional, de destrucción de lazos, de
barranca abajo por la que viene despeñándose nuestro país desde
hace años.
Cuando todo
parecía encaminarse a una transición tranquila, cuando el único
discurso que se imponía en el debate público era la receta ilusoria
de la gobernabilidad del ajuste, no fue la capacidad creativa de las
multitudes la que rompió el engaño, sino la capacidad destructiva
de una muerte oscura, el elemento que puso a la sociedad frente al
espejo.
No fue un
hecho aislado. En el marco de esa “paz aparente”, el gobierno
creyó que tenía margen para acelerar los tiempos de la designación
de fiscales adictos. En ciertas instancias judiciales estas
designaciones se frenaron. Simultáneamente, algunos jueces
comenzaron a mover causas contra funcionarios y otros “amigos del
poder” que habían permanecido “dormidas”. El gobierno
advirtió que las riendas de ese animal que es el Poder Judicial se
le estaban aflojando. Pero tal vez no advirtió que otros poderes,
más poderosos, habían decidido que la transición no iba a ser
tranquila.
Por la
naturaleza de la división de poderes, el gobierno controló siempre
el Poder Ejecutivo. Por efecto de la voluntad popular, también logró
hacerlo con el Poder Legislativo. Pero con el Poder Judicial lo
intentó de muchas formas y fracasó en 12 años. Modificó de modo
virtuoso la cabeza de ese poder, al inicio de su mandato, con la
elección de los miembros de la Corte. Luego pareció no tener
política para continuar con los cambios, o dejarla en manos de la
Corte. Más adelante vinieron las reformas al Consejo de la
Magistratura que le dieron al PEN el control de las designaciones y
remociones. No conforme con eso, tuvo el delirio de la
“democratización” de la justicia por medio de la cual procuró
partidizar la elección de los consejeros representantes de jueces,
abogados y académicos, que no salió. Cambió al procurador cuando
tuvo que proteger a Boudou, nombró jueces subrogantes y fiscales,
truchó concursos, pero no logró su objetivo.
Su último
recurso (que también fue el primero, ya que siempre lo utilizó),
fue el control de los jueces y fiscales a través de los servicios de
inteligencia. En ese punto se entrelazaron peligrosamente dos
políticas erróneas: la pretensión de controlar la justicia para
obtener impunidad, renunciando a una democratización del poder
judicial, y la pretensión de convertir al aparato de inteligencia
del estado en un instrumento ilegal de extorsión de jueces y
fiscales y de infiltración en los movimientos populares. Así, el
gobierno quedó cautivo de su propio instrumento (los servicios de
inteligencia), cuyos resortes no controló nunca, y se quedó sin
recursos legales (que deberían ser provistos por una justicia
independiente) para perseguir y castigar la autonomización de estos
cuerpos. ¿Cómo hacerlo cuando las órdenes impartidas por la
autoridad política violan el marco jurídico?
Cuando el
gobierno advirtió que su aparato de inteligencia no le resultaba
eficaz, insistió en la ilegalidad al intentar desarrollar un aparato
de inteligencia militar (de la mano del ascenso irrefrenable de
Milani) pero, finalmente, decidió reestructurar la secretaría de
inteligencia y zanjar una interna a favor de uno de los dos sectores
en que ésta estaba dividida.
En respuesta
a esta ofensiva, el sector aparentemente “perdidoso” decidió
demostrar su capacidad de daño operando a través del fiscal Nisman,
que hacía meses venía trabajando en la denuncia que finalmente
presentó una vez que Stiuso quedó afuera de la SIE. Correlación
no es causalidad, según un principio de la estadística. Pero
tampoco existen las coincidencias en política, mucho menos con un
tema tan trascendente. La elección del tema y del personaje para
golpear al gobierno tampoco son casuales: durante años el sector
ahora perdidoso de la SIE fue el sector privilegiado del gobierno, y
desarrolló con su aval toda la argumentación de la “pista iraní”
en la causa AMIA. El viraje del gobierno en este tema, como su
anterior opción por él, nunca respondieron a la intención de
esclarecer la verdad y hacer justicia, sino a opciones de
alineamiento en política exterior.
La política
de control del poder judicial del gobierno, entonces, derivó en un
ajuste de cuentas con sus propios servicios de inteligencia, y este
ajuste de cuentas derivó en un renovado impulso de la acusación del
fiscal Nisman contra el gobierno en defensa de la pista iraní, ahora
abandonada por el gobierno pero sostenida por este sector de los
servicios. La denuncia del fiscal Nisman derivó en su muerte. Y la
muerte del fiscal Nisman, finalmente, derivó en una defensa
corporativa de la independencia del poder judicial, por una parte, y
en un reclamo generalizado de la sociedad contra la impunidad, por la
otra.
Se
fortalece, en este escenario, un discurso formalista republicano,
incluso en manos de muchos que no se han preocupado demasiado en el
pasado por estos principios, y se soslaya, más aún si cabe, la
relación entre república y democracia, y sobre todo entre
democracia y justicia social. Se impone la tendencia a un gran
agrupamiento “republicano” (la alianza Macri-Carrió y las
fuertes presiones dentro del radicalismo para sumar a este bloque son
el más claro ejemplo) y se debilita en el imaginario colectivo la
perspectiva de una opción justicialista diferenciada del actual
oficialismo.
Es todavía
muy pronto para asegurar que esa será la tendencia definitiva de los
reagrupamientos políticos antes de las elecciones de octubre de este
año, pero en principio, este cimbronazo tiende a debilitar tanto al
FA-UNEN como al Massismo, y a consolidar a Scioli y a Macri como los
dos grandes contendientes.
En ausencia
de una nueva experiencia política que exprese la vocación de cambio
de los sectores populares, el escenario se encamina hacia una salida
conservadora, en cualquiera de sus variantes, que recibirá el país
a finales de 2015 con situaciones que estarán cerca de tornarse
explosivas, y está por verse si en el momento en que éstas hagan
crisis, la democracia habrá alumbrado o no una herramienta capaz de
hacerse cargo de las transformaciones que hacen falta, sin que tengan
que ser nuevas muertes las que cambien el rumbo de la situación. En
esa dirección trabaja nuestro frente popular.
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