Las manifestaciones del 8N y la Democracia Delegativa

En un interesante artículo (Guillermo O'Donnell: "Nuevas reflexiones acerca de la democracia delegativa [DD]", publicado en "Democracia Delegativa", Buenos Aires, Prometeo Libros, 2011), el autor describe las características de este sistema de gobierno.

A continuación las transcribimos (sin incluir las demás citas bibliográficas y aclaraciones que el autor incluyó en el texto original):

1) La DD expresa e intenta llevar a cabo una manera de concebir y ejercer el poder político, sustentada por algunos presidentes y colaboradores, y que puede ser compartida, al menos temporariamente, por importantes franjas de la opinión pública.

2) La DD es democrática por dos razones básicas.  Una es su legitimidad de origen, es decir su surgimiento de elecciones que son razonablemente limpias y competitivas.  La otra es que durante ella se mantienen vigentes (aunque con salvedades que formulo más abajo) ciertas libertades políticas básicas, tales como las de expresión, reunión, asociación y movimiento.

3) La concepción central de la DD es que la elección da al presidente el derecho, y la obligación, de tomar las decisiones que mejor le parecen para el país, sujeto sólo al resultado de futuras elecciones presidenciales.

4) En consecuencia de esta concepción y las prácticas de poder resultantes, las DD consideran un estorbo indebido la "interferencia" de instituciones que ejercen diversos aspectos de control o rendición de cuentas (que en anteriores trabajos he llamado de accountability horizontal). Ellas incluyen las instituciones básicas del constitucionalismo, el Congreso y el Poder Judicial; asimismo, y señaladamente, también instituciones que las democracias contemporáneas han ido creando para complementar el papel de las básicas: contralorías, diversas fiscalías, defensorías, ombudsmen y similares.

5) Lo anterior lleva a esfuerzos de las DD por anular, cooptar, suprimir, privar de recursos y/o ignorar las instituciones recién mencionadas. Por añadidura, esta intención de al menos soslayar toda institución u organización que pueda ser un "obstáculo" a las decisiones de las DD se suele extender, afuera ya del aparato estatal, a diversas instituciones sociales y/o representativas de intereses. El éxito de estos intentos depende de relaciones de fuerzas variables de caso a caso y de período a período en la existencia de las DD.

6) Asimismo esta concepción lleva a que la manera típica de formulación de políticas públicas sea abrupta e inconsulta; trata de evitar pasar por los controles y filtros de otras instituciones, aunque el grado en que lo logra depende también de casos y períodos, además que inevitablemente se encuentra -para la toma de esas decisiones y más aún para su implementación- con diversas relaciones fácticas de poder. Pero esos encuentros suelen realizarse, por las razones ya indicadas, mediante relaciones no mediadas institucionalmente.

7) La democracia representativa contiene un elemento de delegación: la ciudadanía confiere a sus representantes autoridad para tomar desde el Estado decisiones vinculantes y eventualmente respaldables por la fuerza coercitiva del Estado. Pero en la democracia representativa ese elemento de delegación incluye que el comportamiento de los representantes debe sujetarse a los controles y procedimientos establecidos por el marco constitucional/legal de la misma; el circuito legítimo de flujo y aplicación del poder político implica esa distribución pluralista de diversos poderes e instituciones establecidos. En cambio, y en fundamental contraste, la DD tiende al monismo, y según lo expresado arriba, intenta lograrlo: la única fuente y lugar institucional de la autoridad sería el Poder Ejecutivo.  El tipo delegativo es democrático, por las razones ya expuestas en 2); pero por lo aquí enunciado no es ni quiere ser representativo.

8) Más globalmente, la concepción de la DD expresa la idea de que en virtud de su elección el líder es la encarnación, o al menos el más autorizado intérprete de los grandes intereses de la nación. En consecuencia el líder se siente -y suele insistir en decirse- colocado por encima de las diversas "partes" de la sociedad.

9) Lo anterior incluye a los partidos políticos, vistos como sólo expresión parcial de esos intereses.  De ahí que el líder DD sea movimientista: lo que pretende dirigir no es un partido o una facción sino un movimiento que contiene o expresa uno o más partidos pero no es reducible a ellos.

10) Las DD surgen de las crisis ya mencionadas (aclaración del blog: en un pasaje anteror del artículo que se está citando parcialmente aquí). Sus líderes movimientistas, portadores de la concepción hiper-presidencialista que resulta de su hostilidad a todo tipo de accountability, los lleva a presentarse (y al parecer creerse) auténticos "salvadores de la patria", quienes necesitan y merecen todos los poderes según ellos necesarios para rescatar la patria no sólo de sus crisis sino también, claro está, de las siniestras y poderosas fuerzas que las han provocado.  Este discurso de salvación postula inevitablemente una dicotomía patria-antipatria o nación-antinación cuyas consecuencias discuto abajo.

11) La DD es ideológicamente "imparcial".  La mayor parte de las veces pertenece, más o menos vagamente, a la izquierda.  Pero Uribe muestra que bien puede haber una DD de derecha (y Fujimori antes). En el caso de los gobiernos Kirchner, me parece que flotan en un espacio indefinido por estos parámetros.

Hasta aquí la cita textual.  Es obvio destacar que la lectura completa del artículo es sumamente interesante, pero a los efectos de esta entrada, este pasaje parece suficiente para varias cosas.

En primer lugar, salir de las pasiones de la discusión política del día a día y "darse un baño" de análisis académico, puede servir muchas veces para tomar distancia y advertir que las cosas que aparecen como "naturales" porque se las está viviendo, no necesariamente son características de cualquier sistema democrático, sino de uno muy particular.

Desde luego que es válido no compartir la caracterización que hace O'Donnell de la democracia delegativa.  Pero en caso de que lo hagamos, o al menos que seamos capaces de admitir que su descripción explica muchas características del tipo de democracia en la que vivimos los argentinos hoy, tendremos que reconocer que estos no son los atributos de "la democracia", como desde el discurso oficial, u oficialista, se nos pretende convencer.  Son los atributos de una especie, dentro del género.

También es legítimo que muchas personas que se consideran demócratas les parezca bien, o necesario, o inevitable, en este tiempo y lugar, vivir en una democracia delegativa.  Lo que no es legítimo, o por lo menos no es justo, es creer que no puede haber otras personas, que piensen que en este mismo tiempo y lugar, la democracia podría tener características diferentes, y no por ello dejan de ser demócratas, o para usar términos más propios del vocabulario actual, no por ello dejan de identificarse con los intereses de la nación, o del pueblo.  Y esto no quiere decir que en nuestra sociedad no existan muchas personas, grupos, clases sociales, que no se identifican con esos intereses.  Esta es una sociedad heterogénea.  Es una sociedad de clases.  Es una sociedad desigual.

Entonces, si es posible pensar que de las diferentes formas de democracia posibles, la democracia argentina de hoy es una democracia delegativa, vamos a tratar de pensar qué significaron las manifestaciones del pasado 8 de noviembre en ese contexto.

No puede negarse que fueron manifestaciones multitudinarias, que se dieron en todo el país, que fueron de disconformidad, que agruparon a un espectro social amplio, en el que predominó la clase media, y que reflejó un espectro ideológico también amplio, en el que predominaron las concepciones de derecha.  Pero sobre estas dos últimas características hay que hacer un análisis menos superficial.  Muchas personas que estuvieron en la calle el 8N no se reconocen a sí mismas como "de derecha" ni como "de clase media", y nosotros no somos quién para decir que esas personas "fueron utilizadas".  Hasta aquí hemos tratado de describir.  No de valorar.

¿Qué es hoy hablar de clase media? Hoy en día muchos trabajadores asalariados, formales o informales, forman parte de la clase media.  Y mucha gente que participó de las manifestaciones del 8N lo hizo, en buena medida, en disconformidad con la forma en que la inflación, negada por el gobierno, deteriora los ingresos del trabajo.

¿Porqué no decimos entonces que fue una manifestación de trabajadores? Porque aún cuando muchos manifestantes eran trabajadores, allí, en esa calle, no estaban como tales.  No estaban levantando las reivindicaciones que los trabajadores tienen respecto de sus patrones o respecto del gobierno.  Estaban como ciudadanos, lo cual es perfectamente legítimo.  No se veían a sí mismos como miembros de una clase social.  Compartían el reclamo ciudadano con otros miembros de otras clases sociales.  Fueron manifestaciones policlasistas en las que predominó la visión de la realidad de la clase media.  Y esto no pretende ser una crítica ni deslegitimar el hecho.  Pretende describirlo.  Pero también está relacionado con la democracia delegativa, como veremos.  Y ello también nos va a permitir explicar porqué pensamos que la ideología predominante era "de derecha".

A fuerza de vivir en una democracia delegativa, la ciudadanía naturaliza y adopta sus concepciones.  Las instituciones fuera del Poder Ejecutivo son intrascendentes.  La oposición es inútil.  La delegación del poder en la presidenta es un contrato político real, independientemente que se haya votado por ella o no.  Por lo tanto, es a ella a quien debe hacérsele el reclamo.

La ideología predominante es "de derecha" pero no por convicción ni por formación, sino por el hecho de que esta manifestación de descontento social sólo reconoce la autoridad como origen del malestar, pero más aún como única alternativa de modificación de la realidad. Y eso es profundamente de derecha.

Pero además, en la democracia delegativa, la única autoridad es la autoridad política.  Es como si la ciudadanía hubiera "comprado" el discurso de que esta presidenta está no solamente por sobre los partidos políticos, incluso los propios, sino también por sobre las clases sociales.  Entonces los males no son los del capitalismo, para decirlo de un modo burdo.  Y eso, huelga decirlo, también es profundamente de derecha.

Los males son los del poder.  Y es al poder a quien hay que reclamar.  Y como no hay mediaciones, no se le pide nada a los partidos oficialistas, ni mucho menos a los partidos opositores.  Ni se hace responsable del estado de cosas a los ricos, ni a los monopolios, ni a la globalización, ni a la soja, ni a la minería, ni a la deuda externa legítima o ilegítima.  El responsable de los males es el gobierno, no porque pueda ser cómplice de todas esas otras causas, no porque es, de hecho en casi todos los casos, su socio, sino porque el gobierno ha sido investido con la delegación de la sociedad para hacer todo en su nombre, sin mediaciones, sin controles, sin contrapesos.  Las manifestaciones del 8N convalidaron esa visión de la democracia.

Pero hay algo más.  El gobierno hace lo que hace y omite lo que omite, en nombre de determinados valores políticos e ideológicos.  En nombre de una tradición política.  Su responsabilidad por lo bueno o por lo malo a los ojos de la sociedad no es, ni será, inocua para esos valores.  Con la delegación total del poder y el reconocimiento total de la autoridad, la ciudadanía le deja al gobierno que ponga en juego esos valores: los de la tradición política en nombre de la cual ejerce el poder.

El malestar que un sector amplio de la ciudadanía expresó en las calles el 8N es con el gobierno, y con los valores que el gobierno dice expresar.  Y eso implica un corrimiento hacia la derecha de la sociedad.  El contrato de delegación no tiene salvedades: inmoviliza a la sociedad frente al poder, la sociedad no asume responsabilidades frente a su situación, y el gobierno pone en juego frente a la sociedad los valores de su discurso, independientemente de que sean verdaderos o falsos.  A los efectos de la política argentina de los próximos años, los valores "son" lo que sus portadores y decidores hagan o digan, y con ellos triunfarán o caerán.

¿Cuál es el resultado más probable, de las manifestaciones del 8N?

En la medida en que implican un reclamo de cambio a una autoridad que no está dispuesta a cambiar, el resultado más probable será la frustración.

Si hay algo positivo, un elemento de rebeldía dentro de este contexto negativo, es que esa multitud heterogénea y disconforme, que compró el discurso de la democracia delegativa, no se resignó a esperar el próximo escenario electoral.  Eso es una ruptura, dentro de la aceptación del sistema.

¿Qué caminos puede abrir la segura frustración?

Sería bueno que la ciudadanía asigne una mayor cuota de responsabilidad por su frustración a lo que este régimen tiene de delegativo, que a lo que tiene de democrático.  Si la causa de los males es la democracia, la involución puede derivar en tragedia.  Pero si la causa de los males es la naturaleza delegativa de esa democracia, entonces hay una esperanza.

Pelear por el sentido de lo que está pasando.  Hablar con la gente.  No despreciarla.  Quienes no somos oficialistas, hablar con quienes sí lo son, tratar de que nos escuchen, por una vez, en lugar de adjetivarnos y de acusarnos de lo que no somos.  Sería más fácil para ellos que el enemigo fuésemos nosotros, pero lamentablemente al enemigo lo tienen ellos, adentro.

No va a haber reelección de la presidenta.  El elemento más fuerte de la democracia delegativa argentina no tiene futuro más alla de 2015.  El archipiélago futuro del oficialismo no va a ser muy distinto al actual de la oposición, si todo sigue así.

Ese panorama es más preocupante que alentador.

Tal vez por eso mismo, sea una oportunidad para dejar sectarismos de lado, privilegiar la discusión por sobre la acusación, privilegiar la organización por sobre el verticalismo.  Y escuchar a la gente.  No porque no se equivoque.  Sino porque avisa a tiempo.

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