Etica y política
En
charlas de café, en sobremesas de reuniones de amigos, en
conversaciones con compañeros de trabajo, pero también en reuniones
políticas, cuando se analizan hechos de corrupción en el manejo de
fondos públicos, las personas demuestran diferentes grados de
aceptación, de tolerancia o de resignación.
Cuestión
difícil si las hay, que hasta es complicado definir de qué estamos
hablando: no nos referimos a las actitudes individuales de personas
inescrupulosas que aprovechan, para sí, ciertas posibilidades de
hacerse con lo que no les pertenece. Hablamos de apropiaciones
colectivas, organizadas con un fin que no es el enriquecimiento o el
disfrute individual de dinero o bienes materiales, sino para sostener
las actividades de una organización.
Una
asociación ilícita cuyo fin sea apropiarse de dineros públicos,
merced al acceso que pueden tener sus integrantes, por el hecho de
ser funcionarios públicos, no sería un objeto de discusión
política si el único fin de esta apropiación fuera el
enriquecimiento ilícito de sus integrantes. Una banda de ladrones
que roba dinero público para disfrutarlo individualmente, aunque lo
roben colectivamente, no es un objeto de análisis ni de discusión
política.
La
cosa se complica cuando determinados miembros de una organización
con fines lícitos, como es una organización política o social, se
organizan para apropiarse indebidamente de recursos que administran
por ser funcionarios públicos, para sostener las actividades lícitas
de las organizaciones políticas o sociales a las que pertenecen.
Estamos
hablando de una forma ilegal de financiar actividades legales. De
los mecanismos carentes de ética usados para sostener organizaciones
cuyo fin es el bien común.
¿Estamos
hablando de un sinsentido lógico? ¿De ética? ¿De política? ¿De
todo eso a la vez?
Hay
quienes sostienen, basados en la experiencia argentina y mundial, que
en el contexto actual, dominado por los medios de comunicación, y
ante los costos de las campañas políticas, se necesitan montos muy
elevados de dinero para financiar una campaña política. Y más
allá de las campañas, debe decirse que una organización política
moderna debe tener un staff permanente de personas, oficinas,
equipamiento y servicios logísticos en todo momento, un “aparato”
si se quiere usar un término gráfico, que también es muy caro de
sostener.
En
nombre de una suerte de realismo, entonces, muchos aceptan como
inevitables las formas inconfesables (literalmente, no se pueden
confesar porque son delitos) de financiamiento de actividades
legítimas y necesarias para la democracia. Jamás podría
escribirse este argumento en un documento público, pero es muy
habitual en discusiones sobre el tema, que con el viejo artilugio de
convertir la necesidad en virtud, el financiamiento espurio de la
política se considera un mal necesario.
Este
tipo de razonamiento termina colocando a la defensiva a los críticos,
que estarían hablando de ideas morales pero no de política.
Incluso se les puede conceder que desde el punto de vista ético
tienen razón, pero desde el punto de vista político están
equivocados.
Gente
honesta e inteligente, acostumbrada por su formación y su profesión
a analizar cuestiones sociales complejas, a relacionar variables y
modelizar relaciones de causalidad, a apreciar los cambios que
ocurren a lo largo del tiempo, cuando tocan este punto,
sorprendentemente, se concentran en el argumento simplista de que “no
hay otra forma de financiar la política, ni aquí ni en ningún otro
lugar del mundo”.
Además,
es como si se hubiera llegado al “fin de la historia” en la
materia: no son capaces de imaginar que la situación actual puede
modificarse en el futuro, como tantas otras cosas lo han sido en el
pasado, o en todo caso cuáles serían las condiciones que la acción
política debería producir para que este cambio tenga lugar.
Y
lo peor de todo: no son capaces de preguntarse cuál es el efecto
político de estas prácticas en las organizaciones y en los sistemas
políticos que las toleran.
Vamos
a tratar humildemente de abordar esas cuestiones a continuación.
Una
de las formas de financiamiento espurio de la política es mediante
los sobreprecios en las contrataciones de obras o de servicios
públicos: las empresas privadas que se adjudican las obras o los
servicios, una vez que cobran, entregan a los funcionarios la parte
acordada, que no es en detrimento de su propio beneficio. Como este
arreglo exige una complicidad anterior al procedimiento de
contratación, se vulnera el principio de concurrencia entre
oferentes, cosa que se hace de diferentes maneras: mediante
contrataciones directas cuando deberían encuadrarse en licitaciones
públicas, o mediante el direccionamiento de los pliegos a las
empresas afines. En ocasiones, esto es una “devolución de
favores”: la empresa previamente aportó a la campaña, y el
compromiso del partido es que iba a recuperar la inversión con
contrataciones públicas.
Demás
está decir que esto incorpora la lógica privada cliente-proveedor,
anulando todo principio público de transparencia y competencia. Las
obras y los servicios públicos son, así, más caros y de peor
calidad, ya que la valoración de las condiciones técnicas y
económicas de los oferentes es meramente formal. El control se
relaja, puesto que de lo contrario podría cortar la “cadena”.
Los gobiernos llegan obligados con los empresarios que los
financiaron. Pero como, por razones obvias, tampoco pueden ser
muchos actores los involucrados, se va conformando y consolidando un
bloque muy reducido de contratistas del estado o de grupos económicos
beneficiados por regulaciones estatales. Dada esta conjuncion de
intereses y de poder, no está claro quién define la política y
quién presta los servicios.
¿Qué
tipo de estado se va conformando, a lo largo del tiempo, con esta
lógica? ¿Qué tipo de empresariado? ¿El descontento de la sociedad
con la calidad de los servicios públicos no afecta la gobernabilidad
democrática? ¿Esto es acaso un problema ético, o es un problema
político de primer nivel?
Es
importante advertir que siempre el dinero sale del presupuesto
público: el empresario que financia una campaña recupera su
“inversión” con contratos de obra o concesiones de servicios, y
una vez cubiertos sus costos y su beneficio, los sobreprecios van al
partido. Por lo tanto son los ciudadanos los que financian la
política, pero no lo hacen de un modo transparente ni equitativo.
Por
lo tanto no es cierto que la política sea tan cara que no se puede
financiar con el presupuesto público, porque de hecho se financia
con el presupuesto público. Sin embargo, esta forma de
financiamiento sólo beneficia a los partidos políticos que llegan a
posiciones de gobierno.
Surge
entonces la pregunta: aquellos que creen en la “inevitabilidad”
de esta forma de financiamiento, ¿piensan que la política es sólo
para los partidos que llegan al gobierno? ¿O piensan en un sistema
con partidos de primera (los oficialistas) y partidos de segunda?
Desde luego sólo se puede admitir como “natural” e “inevitable”
esta forma de financiamiento cuando, explícita o tácitamente, se es
oficialista. O se es una oposición componedora: hoy por tí, mañana
por mí.
Frente
a esta realidad fáctica, cualquier observador objetivo debería
concluir que es de muy baja calidad el sistema democrático que
funciona de ese modo.
La
otra forma habitual por la que se financia la política de modo
espurio es mediante la regulación del delito ejercida por las
fuerzas de seguridad, lo cual es más grave aún en términos de
deterioro del estado de derecho.
Prostitución,
tráfico de drogas, “desarmaderos” de coches robados, y otras
actividades delictivas, son toleradas por la policía en el ámbito
territorial de cada comisaría, en la medida en que las bandas de
delincuentes observen ciertas pautas acordadas con las fuerzas de
“seguridad”, y a cambio de una exacción ilegal que procede de la
actividad ilícita que se “regula”.
En
cada municipio, una parte de este “impuesto al delito” alimenta
las arcas del partido gobernante. Es una rara forma de extorsión en
la que en lugar de “pagar” se “cobra”: si las autoridades
políticas alteran este estado de cosas, el delito se desboca en el
distrito. Para tener el delito “bajo control”, y de este modo
tener futuro político, las autoridades democráticas ceden una
esfera del estado de derecho a la fuerza policial, la cual regula
hasta qué punto suprime el estado de derecho para los ciudadanos y
deja operar a los delincuentes, a cambio del dinero que comparten con
el sistema político.
¿Qué
puede decirse de la forma en que esta cuestión degrada la
democracia, la consideración de la ciudadanía por sus
instituciones, por los políticos y por las fuerzas de seguridad?
¿Qué decir del modo en que una burocracia armada se hace cargo, con
la anuencia de las organizaciones políticas democráticas, de
suprimir el estado de derecho a cambio de dinero? Con el agravante
que no sólo estamos hablando de dinero (se cobra un impuesto a lo
que el delito le quita a la sociedad) sino de la tolerancia y, en
última instancia, el sostenimiento de crímenes como la trata de
personas y el tráfico de drogas, que degradan a toda la sociedad y
golpean con mayor dureza siempre a los más indefensos en la escala
social.
Quienes
afirman livianamente que “la política se financia en todos lados
del mismo modo”, simplemente desean ignorar de dónde proviene el
dinero para abrir un local, imprimir unos carteles, o sostener las
“ONG’s”, “centros de estudio” y “fundaciones” que
contratan a tiempo completo a determinados profesionales, técnicos o
cuadros políticos que hacen sus tareas lícitas. Eso no se
pregunta, pero se supone que, de “alguna manera” viene del
“desvío” de algún recurso público. De ahí a la complicidad
con el narcotráfico y con la “maldita policía” parece haber una
gran distancia, un exceso de elucubraciones que corren por cuenta de
mentes conspirativas. Los que conocen la política del conurbano
bonaerense no dicen lo mismo.
Es
la típica actitud de “banalizar el mal”. Deslindarlo de aquella
parte de la cotidianeidad que le puede afectar a uno, aunque más no
sea por tolerar lo inaceptable. Convertirlo en algo natural,
burocrático, pero sobre todo, ajeno. Con actitudes como esas,
sociedades cultas y altamente desarrolladas llegaron a tolerar las
atrocidades más grandes de la historia.
Entonces,
volvamos a empezar esta discusión, pero sin soslayar las cosas de
las que generalmente no se habla: la política, aquí y ahora, se
financia con la trata de personas, el narcotráfico, los
desarmaderos, las obras públicas de costos exorbitantes y
renegociaciones permanentes, las concesiones de servicios públicos
de poca inversión y baja calidad, con usuarios cautivos, ejecutadas
por contratistas que en algunos casos son los que dictan las
políticas públicas, con una policía que no se somete al poder
civil y continuamente lo está extorsionando con su capacidad de
regular la inseguridad de los ciudadanos que tantos votos puede dar o
quitar.
¿Hablamos
de ética o hablamos de política?
Pero
hay más. Si el financiamiento espurio es inevitable, entonces las
personas que en los partidos políticos son imprescindibles deben
tener ciertas cualidades. Tienen que saber cómo arreglar con los
empresarios para que les pongan plata en las campañas, y tienen que
tener autoridad para garantizarles obras o servicios públicos en el
futuro. Tienen que ser reconocidos como personas de la mayor
confianza de los líderes, pero no ser los líderes, ya que los
líderes no pueden ocuparse de estos asuntos. Tienen que saber
organizar el circuito de la llegada de los recursos, el blanqueo y el
uso para la compra legal de cosas para la campaña. Y ni que hablar
de los que arreglan con los comisarios, por recursos procedentes de
actividades mucho más pesadas, que no admiten cabos sueltos.
Todo
lo dicho los convierte en personas de la mayor confianza de los
líderes, con gran poder en la organización y con gran poder en el
gobierno, aunque no siempre tienen cargos. Y eso también implica
formas de organización y de toma de decisiones en los partidos, de
selección y de promoción de miembros a niveles de responsabilidad y
al acceso a la gestión.
Si
los partidos políticos son cautivos de los contratistas del estado o
de las fuerzas policiales cómplices del delito, si renuncian a
controlar a esas fuerzas, si los líderes privilegian como personas
de su confianza a los “monjes negros”, y son éstos los que
controlan las estructuras partidarias y colocan a sus peones en las
áreas críticas de gobierno, la gobernabilidad democrática, lejos
de consolidarse, estará siempre pendiente de un hilo muy delgado.
Porque requerirá del consentimiento de un conjunto de actores que
carecen de una lógica de “bien común”. No hablemos ya de
transformación del sistema o de “justicia social”.
¿Cómo
se explica entonces el proceso virtuoso vivido en nuestro país desde
2003 en adelante? ¿Es posible hacer hincapié en las cuestiones
abordadas en estas líneas, y no advertir todo lo que se ha avanzado?
En
ciertas circunstancias, en épocas de crecimiento económico, cuando
fluyen los recursos para atender todas las demandas, estos actores
pueden asumir, circunstancialmente, comportamientos compatibles con
la gobernabilidad. Pero cuando eso no es así, suelen ser muy
disruptivos y pueden esterilizar en plazos brevísimos los logros de
años de los gobiernos, cuando se pierde su control.
Visto
desde esta perspectiva, todo lo que ha progresado nuestro país desde
la salida de la crisis político-institucional de 2001 hasta la
fecha, no está consolidado.
“Es
la política, estúpido”, parafraseando a Clinton, lo que no ha
cambiado en este país, desde la lógica de su funcionamiento. No se
han tendido puentes sólidos entre el “sistema político” y la
“sociedad civil”, y eso es una espada de Damocles.
¿Que
cómo se cambia?
¿Quién
dijo que esto sería fácil?
Empecemos
por mirarnos en el espejo. Y si ya pasamos los 50 años, tenemos que
admitir que no seremos nosotros los que cambiaremos para bien este
país. Al menos no seamos complacientes con una realidad que está
muy lejos de ser lo que habíamos soñado en nuestra juventud.
Recuperemos el espíritu crítico y la capacidad de pensar.
No
ilusionemos a los jóvenes de hoy con un sueño que ni es el de ellos
ni es tan bueno como parece.
Todavía
podemos ayudar empujando desde atrás.
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