Un angustioso llamado desde Israel a los judíos del mundo

Luego del baño de sangre ocurrido esta semana en aguas internacionales, cuando Israel impidió a una flota humanitaria desembarcar en la Franja de Gaza, se ha generado un intenso debate en el mundo y también en Israel. Este artículo, publicado en Haaretz, presenta una perspectiva poco habitual: la necesidad de que los judíos del mundo tomen partido y hagan algo por sacar a los judíos de Israel de su encierro mental. El artículo en inglés se puede leer haciendo click arriba en el título de esta entrada. A continuación va una modesta traducción al castellano.

En esta hora de adversidad, Israel fue abandonada por la diáspora
Por Anshel Pfeffer

Artículo publicado en el diario Haaretz, de Tel Aviv, Israel, el 4 de junio de 2010.


“Nos sentimos como si hubiéramos estado en el linchamiento de Ramallah”. Seguramente el comando naval israelí que dijo estas palabras a un reportero pocas horas después del baño de sangre de Mavi Marmara se retractaría ahora de haberlas dicho. Es claro porqué el recuerdo vino a su mente en ese momento. Ninguno de nosotros ha olvidado las imágenes de la muchedumbre que acorraló y literalmente cortó en pedazos a los reservistas Yossi Avrahami y Vadim Srzhitz hace nueve años y medio, y arrojó sus cuerpos desde la ventana de una estación de policía palestina.

Pero en el parecido visual se agota la comparación. Los dos reservistas desarmados estaban solos, después de haberse perdido en Ramallah, y fueron cruelmente asesinados. Murieron antes de que el ejército hubiera sido siquiera alertado de que habían desaparecido. Es cierto que los comandos navales fueron reducidos en la nave turca por rivales que empuñaban mazos intentando matarlos –e incluso uno de ellos fue arrojado fuera de la cubierta– pero estaban en una desventaja táctica absolutamente transitoria. En su apoyo tenían toda la potencia de fuego y el poderío de una moderna flota, y el resultado final no podía sorprender. Después de unos pocos minutos de refriegas, durante los cuales siete comandos fueron heridos, toda la fuerza atacante se desplegó y nueve personas del otro bando murieron. Algo difícilmente comparable con un peligro de linchamiento.

Sin embargo, esa fue esa la observación levantada por la totalidad de los medios israelíes, y utilizada como descripción del sangriento evento. ¿Porqué? Porque la sensación de impotencia de una pobre víctima solitaria, confrontando la furia de una multitud desenfrenada que la quiere linchar, y que la lleva a suponer que son sus últimos momentos, refleja precisamente la psicosis del público de Israel.

Todo lo que siguió al desastroso ataque a la flotilla de Gaza – las descripciones en los medios, las justificaciones del vocero de las Fuerzas de Defensa de Israel y las reacciones de los políticos – prueban el grado de disociación al que hemos llegado, respecto de la forma en que Israel es percibido desde afuera. Una frase que fue repetida una y otra vez para justificar el resultado final fue “¿y si hubieran logrado matar a uno de nuestros soldados? Esa es una pregunta retórica, que no tiene respuesta en ningún diálogo que se sostenga en Israel. No importa cuántos combatientes hemos perdido en todas las guerras, operaciones, accidentes y otros enfrentamientos, cada vez que la radio anuncia la muerte de otro soldado israelí, algo muere dentro de cada uno de nosotros.

Ese es un noble sentimiento, el de una sociedad con un destino y una responsabilidad compartidos, pero hemos perdido otras perspectivas y somos incapaces de comprender que sólo nosotros, los israelíes, sentimos eso. Nos hemos sumergido tan profundamente en nuestro búnker que hemos perdido de vista todo sufrimiento o pérdida del otro lado.

No quiero usar esta columna para discutir la simpleza de la propaganda israelí, mientras que las implicancias de este evento van mucho más allá de las relaciones publicas en cuanto a su significatividad. Pero una cosa que fue muy clara para mí el lunes, mientras miraba la estrategia mediática israelí desplegarse ante las cámaras de televisión en el puerto de Ashdod fue cómo todos los cronistas profesionales rápidamente volvieron a caer en el mismo guión complaciente que apela únicamente al público israelí y al cada vez más reducido grupo de sus partidarios del extranjero. Incluso los más experimentados profesionales, que deberían conocer mejor de qué se trata esto, no pudieron hacer otra cosa aparte de convencer a los ya convencidos.

Pero sigamos sus argumentos por un momento. Digamos que dos comandos de Tzahal hubiesen muerto en la confrontación. Hubiera sido otra tragedia nacional para nosotros, pero ¿acaso alguien fuera de Israel se habría conmovido? De ningún modo: simplemente habrían sido dos soldados fuertemente armados, llevando a cabo un ataque ilegal, muertos por valientes civiles en defensa de un barco que transportaba ayuda humanitaria. Ninguno de los argumentos israelíes: que los miembros de la organización de socorro turca IHH eran en realidad asesinos fanáticos, que no hay una crisis humanitaria en Gaza, que Israel estaba dispuesta a permitir la entrega del cargamento a través de su propio puerto y que el bloqueo está justificado como el único medio para evitar que más misiles llegaran a Hamas, hubiera podido persuadirlos. No porque estuvieran mal presentados o porque fueran inexactos, sino simplemente porque la gente honrada de todo el mundo entiende que casi todo lo que pasa en la región es el resultado de una situación profundamente inmoral, y que ni los líderes israelíes, ni la mayor parte del público israelí, hacen nada para que cambie.

Esa podrá ser una perspectiva simplista, desprovista de matices, pero no es una perspectiva antisemita, y ni siquiera una posición anti-israelí, como tratan de convencernos. Es simplemente un punto de vista moral. E incluso los israelíes más perceptivos no son capaces de verlo. Nuestra capacidad de análisis es impresionante hasta cierto punto. Unas pocas horas después de que la polvareda se hubiera disipado, estaba claro lo que había salido mal a nivel táctico. La tarde del lunes, en uno de esos momentos de cansancio, de franqueza off the record, un coronel de Tzáhal me dijo: “Vamos Anshel, todos sabemos cuál fue el problema aquí: esta era una operación para una fuerza policial, no para un ejército”. Estaba en lo cierto, pero eso está muy lejos de ser un ejemplo aislado. Crticar a Tzáhal es muy fácil, pero la verdadera causa es que los sucesivos gobiernos israelíes y el público en general no tienen el coraje suficiente para terminar con una ocupación de 42 años y prefieren, en lugar de eso, tirarle el problema a las fuerzas armadas. Ellas son tan buenas que el resultado sólo puede ser más y más derramamiento de sangre. ¿Entonces cómo hacemos para soportarlo? Convenciéndonos a nosotros mismos que somos los únicos honrados y que todos los demás sólo quieren acabar con nosotros.

Si sólo tuviéramos algunos amigos de verdad, amigos en los que pudiéramos confiar sin reservas, que pudieran ponernos de frente a nuestros errores. Ese podría ser el momento más brillante de la diáspora judía. Nos aman, pero también ven las cosas desde otra perspectiva. Necesitamos una voz fuerte y unida desde el liderazgo judío en los Estados Unidos y Europa, que les diga a los israelíes: ¡Ya es suficiente! ¡Ustedes se están desbarrancando por una resbalosa pendiente y están provocando un incalculable daño a ustedes mismos y a nosotros! ¡Levanten sus cabezas por encima de sus muros y miren cómo el mundo ha cambiado!

En lugar de eso, vemos que el establishment del mundo judío se agazapa junto a nosotros en el búnker.

En su agudo análisis sobre el declive del sionismo secular en América, “The Failure of the American Jewish Establishment”, que apareció en The New York Refiew of Books el mes pasado, Peter Beinart describe cómo los lideres de las más importantes organizaciones judías lograron alejar de Israel a una entera generación de jóvenes judíos, “defendiendo virtualmente cualquier cosa que cualquier gobierno de Israel haga". Al hacer eso, “se convirtieron en guardaespaldas intelectuales de los líderes israelíes que amenazan los valores liberales que ellos profesan”.

Beinart explica de un modo admirable cómo esto convenció a muchos jóvenes judíos de que ellos no tenían nada en común con un país cuyas políticas contradicen la mayoría de las cosas en las cuales ellos creen. Pero hay otro aspecto perjudicial en esta dinámica. Cada ministro del gabinete israelí que es recibido y agasajado durante sus visitas fuera del país se queda sin tomar contacto con todos aquellos que, disgustados, prefieren quedarse en sus casas.

Vuelven a Israel convencidos que, al menos, los judíos están detrás nuestro y que nuestros oponentes son simplemente antisemitas. Otras voces son condenadas al ostracismo por el establishment, en lugar de ser tratadas como lo que realmente son: voces auténticas de muchos judíos preocupados.

Cuando la historia del pueblo judío de los primeros años del siglo XXI sea escrita, la conclusión será inevitable: en esta hora de adversidad, Israel fue abandonada por la Diáspora.

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