Las cosas por su nombre
Transcurridos ya más de tres meses desde que se inició la mini crisis política en la que sigue inmerso nuestro país, podemos enumerar los siguientes “hitos” en esta “comedia nacional”: dictado del DNU que crea el fondo del bicentenario, negativa de Redrado a darle cumplimiento, remoción de Redrado y nombramiento de Mercedes Marcó del Pont al frente del Banco Central, parálisis del Congreso Nacional que aún no ha terminado de aceptar ni de rechazar el pliego de Marcó del Pont, derogación (oficial) y rechazo (opositor) al Fondo del Bicentenario, dictado de un nuevo DNU que crea el Fondo del Desendeudamiento, con los mismos objetivos que el fondo derogado/rechazado, presentación de un proyecto de Ley con los mismos objetivos que los fondos bicentenario/desendeudamiento, por si los trámites del nuevo DNU siguen empantanados.
Transcurridos más de tres meses, decíamos, parece que se comienza a discutir un poco más del fondo de la cuestión y un poco menos de las formas.
Nos referimos a debates tales como si es bueno usar reservas para pagar deuda, si este uso va a permitir al estado nacional acudir a los mercados financieros internacionales para contraer nueva deuda a tasas razonables, si debe investigarse la legitimidad de la deuda antes de seguir pagando y sobre todo antes de reabrir el canje a los tenedores que voluntariamente decidieron no entrar en el canje de 2005. Eso es algo mejor que discutir acerca de si Redrado cumplió o no su deberes de funcionario público, si la Presidenta abusó del uso de los Decretos de Necesidad y Urgencia en estos casos, si los diputados y senadores oficialistas y opositores vulneraron o no el reglamento todos los días desde que se iniciaron las sesiones ordinarias del Congreso, cada uno a su turno, si está bien o mal recurrir a la justicia cada vez que en el propio ámbito de actuación los miembros del Poder Ejecutivo o del Poder Legislativo no logran lo que quieren.
Hay otros debates que aún están larvados, pero que tal vez vayan aflorando hacia la superficie en poco tiempo más. Por ejemplo si las reservas sólo pueden usarse para pagar deuda o si hay otras clases de deudas, como la deuda social, que también podrían atenderse mediante el uso de esas reservas.
El de las prioridades en el uso de los recursos (escasos o abundantes, según en relación a qué se los mire) sería un interesante debate, ya que una persona que mira el “fútbol para todos” tiene la posibilidad de apreciar las obras públicas que hace este gobierno, sobre todo las que se hacen “por tu familia, por tu barrio y por tu país”, con los planes de cooperativas de trabajo tan promovidos en los entretiempos. Sería bueno reflexionar cuánto dinero se pone en esas obras, y compararlo con las sumas de dinero que se pretenden poner a disposición de los acreedores externos que, hasta ahora, habían sido tan odiosos.
Claro que el debate más importante en lo institucional, sobre las prioridades en el uso de los recursos públicos, debería ser, por lógica, el debate del Presupuesto. Pero parece ser que el Presupuesto no tiene toda la información que debería tener, pero en fin, ya hay diputados que están reclamando ese debate y no vamos a profundizar en ello en estas líneas.
Hasta ahora no se ha desarrollado socialmente semejante debate. Es una pena porque el Plan Fénix, integrado por respetables académicos, ha publicado en estos días un interesante documento sobre el tema, pero ha soslayado la cuestión de las “otras” prioridades. Se ha limitado a analizar el uso de reservas en el contexto acotado de las diferentes formas posibles de pagar la Deuda Pública, como si estuviera vedado abrir el panorama.
Aldo Ferrer, por su parte, ha dicho públicamente que más importante que estar bien con los acreedores es generar ahorro interno y apropiarlo para inversiones productivas, pero no ha querido avanzar más allá de esa sutil diferenciación respecto de las prioridades del gobierno. Como si estuviera vedado plantear temas de otras agendas.
Alfredo Zaiat publica hoy (27/3/2010) en Página 12 un “panorama económico” (“La Deuda”)
http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-142760-2010-03-27.html
Su objetivo es criticar las posturas de “algunos representantes del denominado arco del progesismo” a los cuales atribuye la responsabilidad de “nutrir” el “desorden de ideas” propio de estos “tiempos de confusión”. Básicamente, sin decir quiénes son esos “algunos”, lo que siempre le permitirá aclarar que él “no los ha criticado a todos”, les atribuye seguir razonando hoy con los mismos esquemas del pasado, cuando la deuda era “un potente perturbador de la economía”, momento que sitúa “entre el inicio de la década del 80 hasta el estallido en el 2001”.
Para abonar su razonamiento, en la primera parte de su artículo cita la notable mejoría que ha experimentado nuestro país en casi todos los indicadores relacionados con la deuda pública: deuda sobre PBI, deuda en moneda extranjera sobre total de deuda, plazo promedio de la deuda pública, deuda sobre reservas, sobre exportaciones, y culmina diciendo “pese a ese escenario holgado (…) se está desarrollando un intenso conflicto político desde hace meses a partir del lanzamiento de la reapertura del canje de bonos en default y de la iniciativa de pagar deuda con una pequeña porción de las reservas”.
Ese cierre busca, evidentemente, llevar al lector a la idea de que es un sinsentido que se genere tanto debate si “el país está en condiciones de pagar su deuda actual y de contraer nueva deuda ya que su situación es holgada”. Una premisa falsa, ya que en ningún momento los argumentos del debate actual versaron sobre la capacidad de pago del país.
Por eso estaría bien partir del verdadero contexto económico de esta discusión: el gobierno ha dicho desde siempre que uno de sus pilares en materia económica era el superávit fiscal. Cualquier economista sabe que con superávit fiscal no es necesario, ni conveniente, un incremento neto de deuda pública. Si hay un motivo por el que se justifique el aumento de deuda es para financiar el déficit, porque eso será menos gravoso que financiarlo con emisión monetaria, o que eliminar el déficit vía ajuste fiscal. Por lo tanto lo que debería explicarse es porqué va a haber déficit, y porqué debe financiarse con deuda.
El déficit público, desde Keynes en adelante, no es una cosa negativa en cualquier tiempo y lugar. Por el contrario, es una forma de fomentar la demanda agregada cuando los agentes privados no pueden hacerlo. Por lo tanto no tiene nada de malo reconocer que puede ser necesario un determinado nivel de déficit presupuestario, compatible con las posibilidades de endeudamiento público. El problema es que eso no se puede decir cuando desde 2003 hasta la fecha se estuvo diciendo que el superávit era bueno y además, uno de los “pilares” del modelo.
Pero que no lo pueda decir el gobierno es una cosa, y que no lo pueda decir Alfredo Zaiat es otra cosa muy distinta, y lamentable. Del mismo modo que nadie dijo en todos estos años que no era una gran virtud que hubiera superávit presupuestario en Argentina, con el nivel de pobreza y de desocupación existentes. Lo cual no implica no reconocer que disminuyeron la pobreza y la desocupación, pero habrían disminuido aún más sin superávit fiscal. Eso, de todos modos, no se puede demostrar ni es el objeto de estas líneas.
Mucho podría decirse de la tendencia actual al déficit fiscal, no reconocida en el presupuesto y no advertida aún en las cifras oficiales. Pero no es una novedad. Después de la reestructuración de la deuda en 2005, hubo tres años de gracia, es decir, tres años sin vencimientos de capital ni de intereses. Importante oxígeno para las arcas del estado. Raro hubiera sido no tener superávit fiscal en esos períodos. A partir del 2008, y sobre todo del 2009, comenzaron a aparecer en los presupuestos los vencimientos de capital y de intereses.
Los recursos corrientes no hubieran alcanzado, ya en esos ejercicios, para lograr el “superávit”. Esto se logró, primero, por el pase voluntario de los trabajadores que habían optado por las AFJP al estado, y luego, por la reestatización total del sistema previsional. Fueron los ingresos extraordinarios representados por los activos de las AFJP, y no los ingresos ordinarios del “modelo” los que evitaron el déficit en 2008 y 2009. El juicio positivo que se tenga sobre esas decisiones no debe evitar que se advierta que ellas se dieron en un contexto fiscal de necesidad de recursos, y que sirvieron para superar la coyuntura, pero no despejaron el horizonte, como hoy se ve.
La cruda realidad es que el gobierno, más allá de su discurso sobre la disciplina fiscal (que no es un valor absoluto para el autor de estas líneas), no ha aprovechado ni los buenos años del ciclo económico, ni los años de gracia de la deuda, para construir una senda de equilibrio fiscal sustentable en el tiempo. De eso deberían estar hablando los economistas independientes. Pero algunos lamentablemente no pueden abordar otra agenda.
En lugar de eso, Zaiat pretende invocar un trabajo reciente de Eduardo Basualdo, para intentar nuevamente cerrar un discusión que recién está en sus inicios: la del actual modelo de acumulación. Citando a Basualdo, dice que “la deuda externa es una variable económica dependiente, porque su magnitud y sus características están en función de la manera en que se produce y se distribuye el excedente económico a nivel nacional e internacional”, afirmación con la que difícilmente se pueda disentir. Pero Zaiat pretende demostrar con esto, aparentemente, que en el actual modelo de acumulación nacional, y en las actuales condiciones internacionales, la deuda no debería ser un problema.
Y nuevamente, esa no es la discusión, pero tampoco está claro cuál es el modelo de acumulación actual en nuestro país, cuáles son sus bases. No queda muy claro si esto es una cita de Basualdo o una afirmación de la “propia cosecha” de Zaiat, pero dice: “el actual proceso de desendeudamiento, en el marco de un intento de política de desarrollo industrial con ahorro interno, tiene algunos rasgos de los primeros gobiernos peronistas”.
Sería bueno que se aclarara qué se quiere decir cuando se habla de “desendeudamiento”.
Las cifras oficiales de la deuda externa indican que, salvo por lo que respecta a la reestructuración del año 2005, la deuda externa total y la deuda externa pública no disminuyeron, sino que estaban, en septiembre de 2009, en valores absolutos muy similares a los de diciembre de 2005, medidos en millones de dólares:
Fuente: Dirección Nacional de Cuentas Internacionales - INDEC
Dic-05
Deuda externa Total: 113.799 millones de USD;
Sector Publico no Financiero y Banco Central 65.405 millones de USD
sep-09
Deuda externa total: 123.807 millones de USD
Sector Público no Finnciero y Banco Central: 66.394 millones de USD
(No incluye intereses devengados no vencidos a la fecha)
Si nos referimos a la deuda pública total, y no exclusivamente a la deuda externa, los datos oficiales, en millones de pesos, son los siguientes:
Cifras expresadas en millones de pesos a valores corrientes
1998: 112.357
1999: 121.877
2000: 128.018
2001: 144.453
2002: 466.887
2003: 521.709
2004: 569.869
2005: 462.646
2006: 498.499
2007: 546.621
2008: 603.960
Fuente: Subsecretaría de Financiamiento - Estadísticas de deuda.
Deuda al 31 de diciembre de cada año. Cuadro A.1.1 DEUDA DEL SECTOR PUBLICO NACIONAL.
Cuadro A.1.2 DEUDA DEL SECTOR PUBLICO NACIONAL NO PRESENTADA AL CANJE (Dto. 1735/04)
Pasando al otro interesante debate que Zaiat da por cerrado, es decir, el del “modelo industrialista basado en el ahorro interno”, demás está decir que, si así fuera, no estaríamos hablando de las bondades de la nueva deuda, ni haría falta demostrar, como lo hace Zaiat al principio de su artículo, porqué hay una situación de “holgadez” que permite contraer nuevo endeudamiento.
Podría decirse, en cambio, que un endeudamiento que se utilice para desarrollar la industria local será sustentable en el tiempo, por el crecimiento económico y de las exportaciones asociadas. En cualquier caso, si hubiera en Argentina un modelo indutrialista, ello debería reflejarse en la modificación de la composición sectorial del PBI. Pero tampoco eso surge de los datos oficiales
Según los cuadros que publica la Secretaría de Política Económica en la página www.mecon.gov.ar, el sector industrial participaba con un 17% del PBI en 1999, tuvo un pico del 20% en 2002, y en 2008 estaba en el 19,48% del PBI a precios de mercado, a valores corrientes. Si bien este único elemento no es concluyente, se necesitan evidencias contundentes para afirmar que se está ante un modelo “industrialista” cuando en 10 años no se ha experimentado un sustancial cambio en la participación del sector industrial dentro del total del PBI.
Por lo tanto, es muy sano para el debate público que comiencen a abordarse otras cuestiones, además de las que están en la superficie, pero sería muy bueno también que aquellos que intervienen en este debate lo hagan con honestidad intelectual.
Transcurridos más de tres meses, decíamos, parece que se comienza a discutir un poco más del fondo de la cuestión y un poco menos de las formas.
Nos referimos a debates tales como si es bueno usar reservas para pagar deuda, si este uso va a permitir al estado nacional acudir a los mercados financieros internacionales para contraer nueva deuda a tasas razonables, si debe investigarse la legitimidad de la deuda antes de seguir pagando y sobre todo antes de reabrir el canje a los tenedores que voluntariamente decidieron no entrar en el canje de 2005. Eso es algo mejor que discutir acerca de si Redrado cumplió o no su deberes de funcionario público, si la Presidenta abusó del uso de los Decretos de Necesidad y Urgencia en estos casos, si los diputados y senadores oficialistas y opositores vulneraron o no el reglamento todos los días desde que se iniciaron las sesiones ordinarias del Congreso, cada uno a su turno, si está bien o mal recurrir a la justicia cada vez que en el propio ámbito de actuación los miembros del Poder Ejecutivo o del Poder Legislativo no logran lo que quieren.
Hay otros debates que aún están larvados, pero que tal vez vayan aflorando hacia la superficie en poco tiempo más. Por ejemplo si las reservas sólo pueden usarse para pagar deuda o si hay otras clases de deudas, como la deuda social, que también podrían atenderse mediante el uso de esas reservas.
El de las prioridades en el uso de los recursos (escasos o abundantes, según en relación a qué se los mire) sería un interesante debate, ya que una persona que mira el “fútbol para todos” tiene la posibilidad de apreciar las obras públicas que hace este gobierno, sobre todo las que se hacen “por tu familia, por tu barrio y por tu país”, con los planes de cooperativas de trabajo tan promovidos en los entretiempos. Sería bueno reflexionar cuánto dinero se pone en esas obras, y compararlo con las sumas de dinero que se pretenden poner a disposición de los acreedores externos que, hasta ahora, habían sido tan odiosos.
Claro que el debate más importante en lo institucional, sobre las prioridades en el uso de los recursos públicos, debería ser, por lógica, el debate del Presupuesto. Pero parece ser que el Presupuesto no tiene toda la información que debería tener, pero en fin, ya hay diputados que están reclamando ese debate y no vamos a profundizar en ello en estas líneas.
Hasta ahora no se ha desarrollado socialmente semejante debate. Es una pena porque el Plan Fénix, integrado por respetables académicos, ha publicado en estos días un interesante documento sobre el tema, pero ha soslayado la cuestión de las “otras” prioridades. Se ha limitado a analizar el uso de reservas en el contexto acotado de las diferentes formas posibles de pagar la Deuda Pública, como si estuviera vedado abrir el panorama.
Aldo Ferrer, por su parte, ha dicho públicamente que más importante que estar bien con los acreedores es generar ahorro interno y apropiarlo para inversiones productivas, pero no ha querido avanzar más allá de esa sutil diferenciación respecto de las prioridades del gobierno. Como si estuviera vedado plantear temas de otras agendas.
Alfredo Zaiat publica hoy (27/3/2010) en Página 12 un “panorama económico” (“La Deuda”)
http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-142760-2010-03-27.html
Su objetivo es criticar las posturas de “algunos representantes del denominado arco del progesismo” a los cuales atribuye la responsabilidad de “nutrir” el “desorden de ideas” propio de estos “tiempos de confusión”. Básicamente, sin decir quiénes son esos “algunos”, lo que siempre le permitirá aclarar que él “no los ha criticado a todos”, les atribuye seguir razonando hoy con los mismos esquemas del pasado, cuando la deuda era “un potente perturbador de la economía”, momento que sitúa “entre el inicio de la década del 80 hasta el estallido en el 2001”.
Para abonar su razonamiento, en la primera parte de su artículo cita la notable mejoría que ha experimentado nuestro país en casi todos los indicadores relacionados con la deuda pública: deuda sobre PBI, deuda en moneda extranjera sobre total de deuda, plazo promedio de la deuda pública, deuda sobre reservas, sobre exportaciones, y culmina diciendo “pese a ese escenario holgado (…) se está desarrollando un intenso conflicto político desde hace meses a partir del lanzamiento de la reapertura del canje de bonos en default y de la iniciativa de pagar deuda con una pequeña porción de las reservas”.
Ese cierre busca, evidentemente, llevar al lector a la idea de que es un sinsentido que se genere tanto debate si “el país está en condiciones de pagar su deuda actual y de contraer nueva deuda ya que su situación es holgada”. Una premisa falsa, ya que en ningún momento los argumentos del debate actual versaron sobre la capacidad de pago del país.
Por eso estaría bien partir del verdadero contexto económico de esta discusión: el gobierno ha dicho desde siempre que uno de sus pilares en materia económica era el superávit fiscal. Cualquier economista sabe que con superávit fiscal no es necesario, ni conveniente, un incremento neto de deuda pública. Si hay un motivo por el que se justifique el aumento de deuda es para financiar el déficit, porque eso será menos gravoso que financiarlo con emisión monetaria, o que eliminar el déficit vía ajuste fiscal. Por lo tanto lo que debería explicarse es porqué va a haber déficit, y porqué debe financiarse con deuda.
El déficit público, desde Keynes en adelante, no es una cosa negativa en cualquier tiempo y lugar. Por el contrario, es una forma de fomentar la demanda agregada cuando los agentes privados no pueden hacerlo. Por lo tanto no tiene nada de malo reconocer que puede ser necesario un determinado nivel de déficit presupuestario, compatible con las posibilidades de endeudamiento público. El problema es que eso no se puede decir cuando desde 2003 hasta la fecha se estuvo diciendo que el superávit era bueno y además, uno de los “pilares” del modelo.
Pero que no lo pueda decir el gobierno es una cosa, y que no lo pueda decir Alfredo Zaiat es otra cosa muy distinta, y lamentable. Del mismo modo que nadie dijo en todos estos años que no era una gran virtud que hubiera superávit presupuestario en Argentina, con el nivel de pobreza y de desocupación existentes. Lo cual no implica no reconocer que disminuyeron la pobreza y la desocupación, pero habrían disminuido aún más sin superávit fiscal. Eso, de todos modos, no se puede demostrar ni es el objeto de estas líneas.
Mucho podría decirse de la tendencia actual al déficit fiscal, no reconocida en el presupuesto y no advertida aún en las cifras oficiales. Pero no es una novedad. Después de la reestructuración de la deuda en 2005, hubo tres años de gracia, es decir, tres años sin vencimientos de capital ni de intereses. Importante oxígeno para las arcas del estado. Raro hubiera sido no tener superávit fiscal en esos períodos. A partir del 2008, y sobre todo del 2009, comenzaron a aparecer en los presupuestos los vencimientos de capital y de intereses.
Los recursos corrientes no hubieran alcanzado, ya en esos ejercicios, para lograr el “superávit”. Esto se logró, primero, por el pase voluntario de los trabajadores que habían optado por las AFJP al estado, y luego, por la reestatización total del sistema previsional. Fueron los ingresos extraordinarios representados por los activos de las AFJP, y no los ingresos ordinarios del “modelo” los que evitaron el déficit en 2008 y 2009. El juicio positivo que se tenga sobre esas decisiones no debe evitar que se advierta que ellas se dieron en un contexto fiscal de necesidad de recursos, y que sirvieron para superar la coyuntura, pero no despejaron el horizonte, como hoy se ve.
La cruda realidad es que el gobierno, más allá de su discurso sobre la disciplina fiscal (que no es un valor absoluto para el autor de estas líneas), no ha aprovechado ni los buenos años del ciclo económico, ni los años de gracia de la deuda, para construir una senda de equilibrio fiscal sustentable en el tiempo. De eso deberían estar hablando los economistas independientes. Pero algunos lamentablemente no pueden abordar otra agenda.
En lugar de eso, Zaiat pretende invocar un trabajo reciente de Eduardo Basualdo, para intentar nuevamente cerrar un discusión que recién está en sus inicios: la del actual modelo de acumulación. Citando a Basualdo, dice que “la deuda externa es una variable económica dependiente, porque su magnitud y sus características están en función de la manera en que se produce y se distribuye el excedente económico a nivel nacional e internacional”, afirmación con la que difícilmente se pueda disentir. Pero Zaiat pretende demostrar con esto, aparentemente, que en el actual modelo de acumulación nacional, y en las actuales condiciones internacionales, la deuda no debería ser un problema.
Y nuevamente, esa no es la discusión, pero tampoco está claro cuál es el modelo de acumulación actual en nuestro país, cuáles son sus bases. No queda muy claro si esto es una cita de Basualdo o una afirmación de la “propia cosecha” de Zaiat, pero dice: “el actual proceso de desendeudamiento, en el marco de un intento de política de desarrollo industrial con ahorro interno, tiene algunos rasgos de los primeros gobiernos peronistas”.
Sería bueno que se aclarara qué se quiere decir cuando se habla de “desendeudamiento”.
Las cifras oficiales de la deuda externa indican que, salvo por lo que respecta a la reestructuración del año 2005, la deuda externa total y la deuda externa pública no disminuyeron, sino que estaban, en septiembre de 2009, en valores absolutos muy similares a los de diciembre de 2005, medidos en millones de dólares:
Fuente: Dirección Nacional de Cuentas Internacionales - INDEC
Dic-05
Deuda externa Total: 113.799 millones de USD;
Sector Publico no Financiero y Banco Central 65.405 millones de USD
sep-09
Deuda externa total: 123.807 millones de USD
Sector Público no Finnciero y Banco Central: 66.394 millones de USD
(No incluye intereses devengados no vencidos a la fecha)
Si nos referimos a la deuda pública total, y no exclusivamente a la deuda externa, los datos oficiales, en millones de pesos, son los siguientes:
Cifras expresadas en millones de pesos a valores corrientes
1998: 112.357
1999: 121.877
2000: 128.018
2001: 144.453
2002: 466.887
2003: 521.709
2004: 569.869
2005: 462.646
2006: 498.499
2007: 546.621
2008: 603.960
Fuente: Subsecretaría de Financiamiento - Estadísticas de deuda.
Deuda al 31 de diciembre de cada año. Cuadro A.1.1 DEUDA DEL SECTOR PUBLICO NACIONAL.
Cuadro A.1.2 DEUDA DEL SECTOR PUBLICO NACIONAL NO PRESENTADA AL CANJE (Dto. 1735/04)
Pasando al otro interesante debate que Zaiat da por cerrado, es decir, el del “modelo industrialista basado en el ahorro interno”, demás está decir que, si así fuera, no estaríamos hablando de las bondades de la nueva deuda, ni haría falta demostrar, como lo hace Zaiat al principio de su artículo, porqué hay una situación de “holgadez” que permite contraer nuevo endeudamiento.
Podría decirse, en cambio, que un endeudamiento que se utilice para desarrollar la industria local será sustentable en el tiempo, por el crecimiento económico y de las exportaciones asociadas. En cualquier caso, si hubiera en Argentina un modelo indutrialista, ello debería reflejarse en la modificación de la composición sectorial del PBI. Pero tampoco eso surge de los datos oficiales
Según los cuadros que publica la Secretaría de Política Económica en la página www.mecon.gov.ar, el sector industrial participaba con un 17% del PBI en 1999, tuvo un pico del 20% en 2002, y en 2008 estaba en el 19,48% del PBI a precios de mercado, a valores corrientes. Si bien este único elemento no es concluyente, se necesitan evidencias contundentes para afirmar que se está ante un modelo “industrialista” cuando en 10 años no se ha experimentado un sustancial cambio en la participación del sector industrial dentro del total del PBI.
Por lo tanto, es muy sano para el debate público que comiencen a abordarse otras cuestiones, además de las que están en la superficie, pero sería muy bueno también que aquellos que intervienen en este debate lo hagan con honestidad intelectual.
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