Quebrados
El término comenzó a incorporarse al lenguaje cotidiano de los militantes de los años 70, para referirse a aquellos cuya voluntad de lucha estaba agotada. El adjetivo era despectivo, pero también implicaba algo de comprensión: los “quebrados” eran, en principio, “compañeros incapaces de soportar el riesgo de caer en manos del enemigo y enfrentarse a la tortura o la muerte”. Entonces, dejaban la lucha. Los otros también teníamos miedo, salvo los que negaban la realidad, pero “teníamos más vergüenza que miedo”. De este modo intentábamos “racionalizar” nuestra condición. Dejar de luchar, aún en condiciones tan difíciles, era “dejar el camino libre a los enemigos del pueblo y de la patria”. Seguir luchando era una cuestión moral y una actitud ante la vida. Ninguna revolución en la historia hubiera podido triunfar sin sacrificio, sin sufrimiento, sin épocas duras, sin enfrentar a “la fuerza brutal de la antipatria”, parafraseando a Eva Perón. Es cierto que del lado “de la revolución” no